Sínodo sobre la familia

En la cátedra Francisco se volvió a pensar sobre el rol de la familia en la sociedad a partir de las reflexiones del Papa Francisco en el sínodo sobre la familia que se realizó este mes.

Ya el Dr. De Vincenzi reflexionaba hace unos meses que desde hace un tiempo nuestra sociedad está padeciendo una crisis de formación que deviene, a su vez, en una carencia de límites que amenazan con una serie de problemas: comportamientos agresivos, antisociales, consumo de alcohol, drogas, prácticas sexuales irresponsables, bajo rendimiento académico, etc. Y a que a partir de esto, era hora de que la Familia y la Escuela como “laboratorios sociales” de la democracia actuaran en consecuencia, tomando decisiones concretas para no llegar a situaciones irreparables.

De Vincenzi resalta la importancia de tener en claro que educar no es enseñar sólo matemática o geografía. Educar es mucho más que eso, es enseñar a pensar, es asegurar, a través de la vivencia, el acendrar valores, desde el amor, a la creatividad, pasando por la voluntad, el orden la disciplina, la solidaridad, la trascendencia, la finitud. Educar es asegurar el saber aprender a aprender creativamente los conocimientos científicos en pos de resolver y ser capaces de crear en todos los ámbitos. La educación debe preparar para la vida, lo que significa asumirla en su complejidad y diversidad, con la capacidad de mantener los rumbos o direcciones esenciales, pero con la flexibilidad y apertura a las nuevas alternativas, por lo tanto creativamente. Cuando la Familia, la Escuela, y la Sociedad, no educan por el “vivir”, el adolescente se evade de la realidad a través de las adicciones.

Y algo de esto también decía nuestro Papa Francisco cuando sostenía: “Nosotros los adultos estamos listos para hablar de los niños como una promesa de la vida. Nosotros decimos los niños son una promesa de la vida. Y también fácilmente nos conmovemos diciendo que los jóvenes son nuestro futuro. Es verdad. Pero me pregunto, a veces si somos también serios con su futuro, con el futuro de los niños, con el futuro de los jóvenes. Una pregunta que debemos hacernos más a menudo es esta: ¿Qué tan leales somos con las promesas que hacemos a los niños, trayéndolos a nuestro mundo? Nosotros los hacemos venir al mundo y esta es una promesa. ¿Qué les prometemos a ellos? Acogida y cuidado, cercanía y atención, confianza y esperanza, son también promesas de base, que se pueden resumir en una sola: amor (…) La familia introduce la necesidad de las uniones de fidelidad, sinceridad, confianza, cooperación, respeto; anima a proyectar un mundo habitable y a creer en las relaciones de confianza, también en condiciones difíciles; enseña a honrar la palabra dada, el respeto a las personas, el compartir los límites personales y de los demás. La familia no sólo no tiene el reconocimiento adecuado, sino que no genera más aprendizaje. Con toda su ciencia y su técnica, la sociedad moderna no es capaz todavía de traducir estos conocimientos en formas mejores de convivencia civil”.