El periodismo responsable

Por Amalia Leguízamo*

No sé si será igual en todos lados, pero cuando uno comienza a estudiar para ser periodista cada profesor te “sorprende” con una clásica pregunta: “¿Por qué esta carrera?”. En el momento, uno tiende a responder por inercia, o tal vez por presión, pues hay tantas caras nuevas alrededor esperando que las palabras salgan de la boca que los nervios pueden apoderarse de uno mismo y de repente todos los motivos que tenías por haber elegido el periodismo, desaparecen, y solo queda uno, común entre muchos estudiantes, una especie de convicción o sueño: combatir la desinformación.

Pelear contra ella en diferentes ámbitos, como puede ser en el deporte, en la política, en todo lo que tenga que ver con lo social. El estudiante de periodismo está harto de prender la televisión y que en un programa de fútbol haya seis personas, gritándose entre ellos y opinando sobre el corte de pelo que se hizo el pibe que juega en la cantera de Aldosivi. Y quiere cambiarlo. Desea que por fin hablar de espectáculos no sea hablar de la vida de otro, sino de las nuevas modas, la música, el teatro, los libros, la cultura. También espera que por fin un medio pueda hablar de manera neutral y no como le convenga según sus intereses, pero sobre todo, ansía que el “ser objetivo” de una vez pese más que el interés comercial. Porque al fin y al cabo eso es lo que nos enseñan el primer día de clases y uno intenta llevarlo consigo hasta el final de sus días si realmente decide, y puede dedicarse a esta profesión.

Todavía me acuerdo el día en que entré por primera vez al aula de la Facultad, después de volver llena de miedos de un lugar enorme como es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Mi papá me preguntó si estaba segura de que el periodismo era lo que quería estudiar. Yo, con más inseguridades que certezas, contesté firmemente que sí, porque aunque había muchas cosas de las que no estaba segura, lo único que tenía claro es que quería seguir con mi idea de, algún día, cambiar algo. Ya lo dijo Galeano, ¿no? “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Y en aquel salón que daba a calle España podía empezar mi camino.

El estudiante de periodismo aspira a ser parte de esa generación que finalmente pueda cerrar la grieta que desde hace años azota a un país tan rico como es Argentina en la mayoría de sus aspectos, pero que muchas veces es tan pobre en cuestiones de empatía y solidaridad. La realidad en la que vivimos hoy está cruzada con un virus que, en algunos casos, puede ser mortal y los medios de comunicación son la principal vía de información que cada persona tiene para estar al tanto de las novedades sobre el tema. Cada uno de nosotros somos los responsables de lo que elegimos ver, escuchar, leer y también creer. Pero esto no basta para evitar que noticias que no buscamos lleguen a nosotros y es ahí donde entra en juego la responsabilidad de los diarios, los canales de TV, las radios, las redes sociales.

Mi generación sabe distinguir una noticia verdadera de una que no lo es, o al menos da lugar a la duda, pues nuestras posibilidades de averiguarlo en muchas ocasiones están al alcance de nuestra mano, en los celulares. Sin embargo, las llamadas “fake news” son una cuestión que afecta a los mayores, los principales damnificados por la pandemia, y no hablo de la del Covid-19, sino la de la (des)información. Es en ellos que recaen las dudas más grandes y en quienes crearon la paranoia en cuanto a este virus, que está claro lo peligroso que puede ser. Pero ahora, desde que comenzaron a llegar las vacunas que todos tanto esperábamos, parece que se continúa poniendo en tela de juicio la gran salida que estas pueden ofrecer para volver a la normalidad en la que antes vivíamos, o al menos a algo parecido.

 

La infodemia

Desde hace unos meses atrás el concepto de “infodemia” empezó a darse a conocer. Según la Fundación del Español Urgente (FUNDEU), este término es el acrónimo de la palabra inglesa “infodemic”, la cual es utilizada por la Organización Mundial de la Salud desde hace tiempo “para referirse a un exceso de información acerca de un tema, mucha de la cual son bulos o rumores que dificultan que las personas encuentren fuentes y orientación fiables cuando lo necesiten”. Es exactamente eso lo que hoy en día está sufriendo la sociedad argentina “gracias” a los medios de comunicación, que apelan al peso que tienen en todo el territorio para difundir noticias y lograr confundir a muchos. Un ejemplo de esta situación es lo que ocurrió con un artículo publicado el 11 de abril del 2021 en el que habla de “las vacunas chinas” y su “baja efectividad”. “China admitió que sus vacunas contra el coronavirus tienen baja efectividad”, titularon mientras en esa semana miles de argentinos estaban siendo inyectados con tal dosis. Inmediatamente los ciudadanos comenzaron a viralizar el título de la nota y el pánico volvió a acrecentarse.

Al principio del artículo se puede leer: “La efectividad de las vacunas chinas contra el coronavirus es baja y el gobierno está considerando combinarlas, según dijo el domingo la máxima autoridad de la agencia china de control de enfermedades, en una inusual admisión oficial de la debilidad de sus sueros, que se están utilizando en varios países”. No es hasta el quinto párrafo que el medio aclara que la vacuna en cuestión no era la Sinopharm, aplicada en Argentina, sino la Sinovac, otra de las dosis chinas que están autorizadas para darse en algunos países de la región como Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Uruguay y Venezuela.

Por otro lado, la televisión es otra de las responsables del pavor de los argentinos ya que muchos de los mensajes que dan en ella desde el principio de la pandemia causan más confusión que tranquilidad. En los últimos meses observamos tomar dióxido de cloro en vivo y luego “explicar” los supuestos “metales” que ponen en los hisopos para que los testeos den positivos. En otra ocasión un doctor en farmacia afirmó que “una vacuna te puede matar”.

Nadie sabe cuáles son las fuentes que acreditan este tipo de información, pero de lo que muchos no tienen dudas es que cada una de sus palabras atentan contra la salud pública. Así, queda en evidencia que hay periodistas que utilizan su lugar de poder e influencia para llevar información falsa o poco fiable a los televisores de muchas familias que se encuentran viéndolos, o a millones de periódicos que llegan día a día a la puerta de un hogar.

Hoy, en el contexto pandémico que estamos viviendo no me veo tan lejana a esa respuesta de “combatir la desinformación” que di hace unos años atrás. Pues el coronavirus vino para enseñarnos muchas cosas, y una de ellas es la influencia que tienen los medios masivos de comunicación en la sociedad, lo que no es una novedad sino una reafirmación.

*Alumna de la Licenciatura en Periodismo – Sede Rosario