La grieta inconmensurable

Por Dr. Fabián Lavallén Ranea*

Todo aquel que haya transitado por una disciplina científica, tuvo que recorrer en algún momento los trabajos del gran estudioso de los paradigmas científicos Thomas Kuhn. El investigador abordaba -entre otras cosas- el proceso en el cual las teorías científicas se integraban en marcos referenciales más amplios, lo que llamamos “paradigmas”.

Entendemos por paradigma, a la manera de ver las cosas, dicho en términos bien amplios. Es decir, a la “concepción del mundo” que tenemos. Kuhn observaba que los paradigmas son “las realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica”. En otras palabras, los paradigmas son “modelos”, patrones (incluso etimológicamente proviene de dicho significado), ejemplos. Dichos paradigmas poseen una dinámica histórica, propia de la ciencia, donde los matrices de las diversas disciplinas se desarrollan, maduran, cambian, evolucionan. Los paradigmas permanecen estables en el tiempo, hasta que una anomalía que se nos presenta, no tiene respuestas desde la visión y los marcos imperantes. Aparece un “enigma”, una anomalía.

Estos desajustes entre los problemas emergentes y los “modelos” que suscribimos, si se extienden en el tiempo, al no proveernos de respuestas, pueden estimular una “crisis paradigmática”. Es decir, un cambio de paradigma, una revolución científica.  Pero aquí aparece una noción de Kuhn que en su momento fue muy polémica. En un cambio de paradigma no sólo se “abandona” una forma de dar respuesta a los problemas, sino que “el cambio” arrastra tras de sí toda una forma interpretativa de la realidad. Más arriba decíamos que los paradigmas son “modelos”, pero no sólo de abordar los problemas, sino que también de identificarlos, de asimilar el entorno, de percibir, de ver las cosas. Entonces, lo que ocurre es la controversia sobre la “inconmensurabilidad: es decir, un quiebre en la manera de percibir, un cambio en los arcos conceptuales.

Aparece un nuevo basamento empírico. Pero esos basamentos, esos fundamentos, en su antagonismo y rechazo se vuelven imposibles de comparar, de complementar, o de nutrir uno al otro. Y eso es lo que ocurre con nuestra grieta política, que no sólo es partidaria, no sólo es ideológica. Es también paradigmática. Si las ideologías son ese “conjunto de ideas” que caracterizan a un grupo, proyecto, comunidad, y por intermedio de ellas buscamos dar respuestas a los problemas, e incluso, intentamos interpretarlos como tales, lo que acontece es que hemos construido una distancia insalvable entre las percepciones de la realidad, y los marcos desde los cuales intentamos comprenderlos.

Estamos ante una “inconmensurabilidad perceptual”, que como bien apuntaba Kuhn, observa el mundo desde lugares distintos, con lentes distintos, y con distancias abismales. No entendemos de la misma manera los conceptos clave de la política: inversión, mundo, gasto, presupuesto, derechos, educación, libertades, mérito, soberanía…

No dicen lo mismo para las dos capas tectónicas que gigantizan de la grieta. Por ello también, dicha grieta se alimenta de una inconmensurabilidad metodológica o instrumental, ya que no importan los datos objetivos de la realidad, deja de importar la heurística y la información, lo que importa es sólo nuestra propia hermenéutica, ya que miramos nuestros “propios” indicadores, desde diversos lugares e interpretaciones. Es cómo se infiere de la famosa psicología de la configuración (Gestalt), donde se perciben diferentes cosas ante la misma figura. Claramente no vemos lo mismo. Donde algunos ven un árbol, otros ven un gorila.

Por todo esto, no nos interesa debatir ideas, buscamos destruirlas. No esperamos conocer otras miradas, sino mofarnos de ellas y pulverizarlas. Y en lo posible, con cierta violencia dialéctica. Violencia que a los medios les encanta. La aman. Es un néctar  sagrado del cual se alimentan y se refuerzan, en su supuesto lugar “objetivo” de simples presentadores de la lucha, y desde donde irradian la indignación que les produce ese fango “al que ha llegado la clase política”. Sin atender que ellos mismos (los medios) son también enormes responsables, y caja de resonancia vital de toda esa violencia estructural en la que se dirime el antagonismo dialéctico.

Cuando hay un debate, o cuando el desencuentro de la grieta se hace explícito entre dos personas, los medios publican con deleite “fulano destruyó a sultano”, fulano “sacó a pasear a…”, mengano “dejó en ridículo a…” Alimentando el odio que ya exudan las posiciones ideológicas. Es el formato del “catch” llevado a la política, el dispositivo creado por la tinelización de la cultura, que hace unas décadas ya había inundado al espectáculo, ahora en transposición directa hacia los paradigmas. Es el éxito de un formato intratable, donde se expande la antítesis del ágora jónica. No gana aquel que organice mejor su argumentación, o de cuenta de un conocimiento profundo de un tema. Gana el que mejor grita o vocifera, el que más en ridículo deja a su oponente, el que más escracha y violenta la imagen del otro.

Los medios logran volver aún más insalvable la distancia de la grieta. Ahora no sólo percibimos desde la inconmensurabilidad, también sentimos la vida cotidiana desde esas distancias perceptuales. Realizamos una exégesis de cada hecho cotidiano, desde prismas ideológicos que se han vuelto irreconciliables. Lo que para un sector de la grieta es una acción abominable, para el otro sector nos enaltece. Y viceversa. Los ejemplos sobran. Podríamos enumerar centenares de hábitos, actitudes, acciones que ilustran lo que decimos, incluso programas y hasta políticas.

Por dar un solo ejemplo, y por demás polémico, podemos citar el caso del oficial de policía Luis Chocobar, el cual instrumentó con su accionar una doctrina que popularmente lleva su nombre. Para un sector de la grieta, el episodio que le dio entidad a la habilitación para el uso de armas de fuego a los policías -cuando un delincuente se dé a la fuga- es un hecho lamentable y repudiable. Para el otro sector, claro está, es un episodio heroico, que llevó a que el propio ex presidente Mauricio Macri lo recibiera al oficial como estereotipo de prócer en la mismísima Casa de Gobierno.  No puede haber más distancia interpretativa.

Ni siquiera podemos designarnos colectivamente desde el mismo lugar. Para un sector es casi una muletilla hablar de “República”. Por lo tanto, la vertiente institucional es determinante para ellos. Para el otro sector, como se imaginará el lector, se recurre al concepto de “Pueblo”. Esa es una notable incomensurabilidiad paradigmática, que se extiende a un desentendimiento interpretativo de la realidad que abarca los conceptos y las palabras.  Es por ello también una inconmensurabilidad lingüística. Las representaciones mentales que hacemos de los conceptos no son las mismas. Por lo tanto, obviamente, la connotaciones de nuestras expresiones son profundamente antagónicas y taxativas.

¿Cómo construir consensos cuando no hay acuerdo ni en las palabras? ¿Cómo decidir políticas de estado cuando no vemos los mismos problemas, ni compartimos las percepciones? Construimos dos realidades, y por lo tanto proponemos distintas cosas, y imaginamos futuribles opuestos. Quizás en ello radique el más grande desafío que tenemos: promover una cultura del encuentro -que tanto pide un genial argentino desde Roma al mundo- donde identifiquemos espacios para poder construir puentes, y empezar a hablar, al menos, el mismo idioma. Aunque suene utópico.

*Director Licenciatura en Ciencia Política y Licenciatura en Relaciones Internacionales de la Universidad Abierta Interamericana