EL MAL EXISTE. La seducción del mal camino
Por: Dr. Fabián Lavallén Ranea. Doctor en Ciencia Política (USAL). Lic. en Historia y Lic. En Relaciones Internacionales. Especialista en Sociología de la Cultura. Director de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UAI – Rosario).
En el mundo actual, tan fuertemente secularizado, entre los muchos temas espinosos que están atravesados por la religión, hay un par de cuestiones que particularmente entre los católicos cuesta hablar de manera abierta. A pesar que son temáticas centrales de la cosmovisión cristiana, cuando se habla de ellas se lo hace en voz baja, con disimulo, casi queriendo que no se lo escuche. Esas cuestiones son: la Parusía (la segunda venida), y el Mal. A partir de las declaraciones que hizo el mes pasado el Papa Francisco, hoy nos vamos a referir al mal.
Desde San Agustín hasta el poeta Baudelaire, el mal es un tópico de reflexión y preocupación por parte de las grandes mentes de la humanidad. San Agustín nos decía que la sola presencia del mal, paradójicamente, no ha de ser mala. ¿Por qué? Por la sencilla razón que, de lo contrario, Dios no permitiría al mal manifestarse. Si todo lo que existe es creado por Dios, en la lógica agustiniana, toda existencia como tal, es buena.
Es más, para San Agustín, el mal no es un ser, una entidad, no es un existente independiente. Como nos dice el estudioso Cordero Hernández: “La doctrina fundamental de Agustín respecto al problema del mal es la famosa idea de éste como privación. Al concebirse al mal en estos términos, se le despoja de toda entidad o sustancialidad propia y, simultáneamente, se excluye la responsabilidad de Dios, creador de todo, de su existencia”.1 Es decir que, para San Agustín, si el mal no es un ser en sí mismo, no posee una realidad independiente, por ende, es algo “parasitario” del bien, “pues se define como un elemento accidental, mera afectación de la criatura”.
Sin embargo, si leemos gran parte de la tradición de la Iglesia, y sobre todo las Sagradas Escrituras, observaremos que, por el contrario, ontológicamente el mal posee una entidad propia claramente identificable. Recordemos que el propio maligno intentó tentar al Señor antes de su vida pública.
En uno de los mejores libros que leí en los últimos años, y que recomiendo, titulado “Líbranos del Malo”, del Padre Bernardo Olivera, Abad General de la Orden Cisterciense, responsable de 165 monasterios, con 2.500 monjes y más de 1.800 en los cinco continentes, el religioso argentino explica cómo en la Biblia, la Tradición, la Teología y el Magisterio, la Iglesia observa la experiencia demoníaca en nuestro mundo. Incluso, como especifica el Catecismo oficial de la Iglesia Católica, cuando en el Padrenuestro decimos “líbranos del Mal”, estamos pidiendo que nos libre de Satanás, el seductor, el Tentador. Por eso el título que le da al libro.
Un caso de reflexión absolutamente única sobre el mal, la produjo el interesante filósofo y matemático Gottfried Wilhelm Leibniz, que en el siglo XVIII le dedica a este tema el único libro que publicó en su vida, la extraña Teodicea, o mejor dicho, su obra monumental: "Ensayo de Teodicea sobre de la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal", de 1710.
En este poroso trabajo, explica el autor alemán, que Dios habría podido “no permitir” el acceso del mal en el mundo, pero por motivaciones que desconocemos, ha optado por habilitar su existencia entre nosotros. Es decir que, podemos deducir, ante una necesaria existencia de la bondad de Dios, el Todopoderoso tuvo que haber creado -y aquí viene una frase que se haría famosa- “el mejor mundo de lo que es lógicamente concebible”, es decir, el mundo que habitamos.
Esta idea sería ridiculizada por sus contemporáneos, sobre todo por el genial y sarcástico Voltaire, quien le dedica su obra Cándido, a la mismísima parodia de este esquema. A pesar que Leibniz es consciente de las injusticias e imperfecciones del mundo, no deja de afirmar, a pesar de ello, que habitamos casi matemáticamente en el mejor de los mundos posibles, lo que no dejará de ser objeto de burla para el espíritu ilustrado de su tiempo.
Más cerca en el tiempo, el Papa Pablo VI consideraba que la “defensa contra el demonio” era una de las más grandes necesidades de la Iglesia. Enfáticamente dejó establecido hace unos 50 años que, “se aparta del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica, quien rehúsa reconocer su existencia”. Más claro que el agua bendita.
En su catequesis el Papa Pablo VI explicaba las nuevas formas disimuladas de negar la realidad del maligno, y cómo había que estar pendiente de no caer en esas ingenuidades tan negativas.
Hoy en día, en el caso particular del Papa francisco, en una entrevista reciente con la periodista Lorena Bianchetti el “Viernes Santo” pasado, charla que se publicó con el título de “La Esperanza Asediada” en la página del Vaticano, el Sumo Pontífice hizo una nueva referencia al mal. En la misma explicaba que “no se puede dialogar con el diablo”, por el simple hecho que el diablo es el mal, el mal absoluto. Para Francisco el diablo siempre busca nuestra destrucción. ¿Por qué? Porque somos la imagen de Dios.
“¡Es el que se ha rebelado totalmente contra Dios! Pero con las personas que están enfermas, que tienen esta enfermedad del odio, se habla, se dialoga, y Jesús dialogaba con muchos pecadores, incluso hasta con Judas al final como "amigo", siempre con ternura, porque todos tenemos siempre -con el Espíritu del Señor que Él ha sembrado en nosotros- algo bueno”.
A pesar de estas palabras, para Francisco, aunque existan personas inclinadas al mal, todos tenemos algo bueno, todos. Es lo que él llama “el sello de Dios en nosotros”. Por eso nunca debemos considerar que una vida ha terminado, que ha terminado en el mal, o decir “este es un condenado”. Porque Dios siempre posee misericordia. Lo que de ninguna manera implica que no exista la entidad del mal, en la que el Papa cree claramente, y a la que ve como una personificación seductora:
“El mal es más seductor. (…) Algunos dicen que hablo demasiado del demonio. Pero es una realidad. Creo en ello, ¡eh! Algunos dicen: “No, es un mito”. Yo no voy con el mito, voy con la realidad, creo en ella. Pero es seductor. La seducción siempre trata de entrar, de prometer algo. Si los pecados fueran feos, si no tuvieran algo de bello, nadie pecaría. El diablo te presenta algo hermoso en el pecado y te lleva a pecar.”
Ya había sorprendido Francisco en varias oportunidades hablando del mal. En el año 2014 hizo varias referencias específicas sobre el “espíritu maligno”, el cual no quiere nuestra santidad, y trata de alejarnos de Dios. Por eso dejó en claro lo necesario que es “el escudo de la Fe”, para protegernos de sus ataques y su presencia. Remarcó varias veces que no se debe relativizar este tema, y sobre todo, estar atentos y vigilar!
Para Francisco la astucia del demonio es justamente hacernos creer que no existe. Y observa que a estas generaciones se les ha hecho creer justamente que el diablo no existe, que es un mito, una figura. Pero es todo lo contrario. El diablo para el Papa, nos distrae, nos aparta de las buenas conductas al no estar atentos, con “el señuelo de placeres efímeros y de pasatiempos superficiales”, mientras malgastamos los dones que Dios nos ha dado.
Me resultó muy interesante leer como en el Judaísmo, “nuestros hermanos mayores” como decía Juan Pablo II, la maldad fue creada por Dios para que de alguna manera existiera el libre albedrío, opción que posee el hombre para poder obrar mal o bien. Ambas opciones fueron creadas en potencia, siendo el propio hombre quien permitió la materialidad en acto.
Por ello para el judaísmo, la maldad y la bondad son las acciones humanas, que nos acercan o nos alejan del creador. Pero hay un encargado de enturbiar el camino, Satán, quien tiene como oficio “tentar al hombre”, ángel de alto rango que cumple una funcionalidad escatológica determinante: si su tentación no llega a buen cauce, el hombre se supera, y se acerca más a Dios. El mal por lo tanto es una prueba, un desafío a la voluntad, una tentación, que si la superamos, evolucionamos.
Para Baudelaire, el poeta maldito, el mal absoluto era el aburrimiento, nada menos. El tedio era el máximo responsable del freno a la “voluntad humana” por actuar decentemente. La desidia, la falta de ganas del ser trágicamente aburrido, del hombre embotado, cargado de opacidad y falto de energía creadora, sin fuerza vital, era para el genial poeta la encarnación de todo lo malo y diabólico. Ese nihilismo que lleva a la omisión -una forma de mentira- o a la inacción -una forma de indiferencia- que sobrecarga de banalidades el espíritu, y arremete con desprecio por lo colectivo.
Eso era el mal para Baudelaire. Idea que dejó representada en uno de sus poemas más notables, y por el que en su momento lo acusaron de atentar contra la moral pública. Que paradoja, tal acusación por dar un diagnóstico tan certero, y que sería tan determinante para las vanguardias posteriores. El poema dice así:
“Mas, entre los chacales, las panteras, los linces, Los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,
Los aulladores monstruos, silbantes y rampantes, En la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza.
¡Hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo! Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos
Convertiría, con gusto, a la tierra en escombro, Y en medio de un bostezo, devoraría al Orbe;
¡Es el Tedio! – Anegado de un llanto involuntario, Imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.
Lector, tú bien conoces al delicado monstruo, -¡Hipócrita lector- mi prójimo-, mi hermano!”
Prestemos atención a esta concepción de Baudelaire, nihilista en su origen, y la relación que posee con el mal según Francisco y con el Judaísmo. En los tres casos, el abatimiento causado por la apatía, la tristeza y la inercia, nos sacan del buen camino. La falta de ganas, la negligencia y el abandono nos apartan de la solidaridad natural del hombre, nos animalizan, nos llevan a acciones individualistas, y sin disposición espiritual.
Ante este cuadro, si existe un “maligno”, de lo que no tengo dudas, en estos tiempos posee una herramienta infalible: la desesperanza. Con esa herramienta “plantada” en el espíritu de una persona, nos lleva a la muerte en vida, al abandono ante la contundencia del fin del destino. El bajar los brazos, rendirse ante la impotencia emocional.
Los medios muchas veces no ayudan, con un mensaje diario que le da un lugar magnificado a las acciones inhumanas, y poca cobertura de las acciones solidarias y creativas. Con imágenes que exudan violencia, complementados con lenguajes propios del fatalismo y la desesperanza.
Está en nosotros la voluntad de cambiar lo que consumimos, en dejar de llenarnos con imágenes y lenguajes que parecen propios del “tentador”.