El Santo Padre Francisco, y la búsqueda de una verdadera fraternidad frente a la violencia estructural.
El Santo Padre vuelve a sorprendernos con una Encíclica profunda, movilizadora, que nuevamente interpela y nos provoca a todos múltiples reflexiones. Las escalas de sus palabras van desde el microcosmos de la familia, hasta el cuidado del macrocosmos del planeta, la “casa común”, como ya lo había planteado anteriormente, continuando con una mirada ecuménica y abierta, con un lenguaje claro y directo, pero al mismo tiempo profundo y contundente.
Al igual que la anterior Encíclica Laudato Si, que tantas páginas, eventos, políticas, debates y acciones ha generado, en este caso con Fratelli Tutti -tomando el título de las “Admoniciones” de San Francisco de Asís- continúa con ideas y ejes de trabajo que no sólo se nutren de sus documentos antecesores, sino que se complementan y encadenan con el pensamiento y los hechos que siempre acompañaron al Padre Bergoglio.
Como siempre, a pesar de los fuertes y duros diagnósticos, nos deja un mensaje final de profunda esperanza, de confianza en que aún podemos ser los hacedores de nuestro destino y revertir el camino por el que vamos. Pero para ello debemos redoblar el esfuerzo y el rol que nos ocupa en la misión que tenemos, entre otras cosas, en el manejo de nuestros recursos, en los hábitos que hemos internalizado en nuestras conductas, en las formas de relacionamiento con el entorno, tanto humano como ecológico.
Como ya lo viene realizando permanentemente, desde el título mismo del documento el Sumo Pontífice pone a la fraternidad y la amistad social como las herramientas idóneas para construir un mundo mejor, más justo y pacífico. Y desde ese lugar interpela a la política y las instituciones, apuntando sobre la responsabilidad que nos compete a todos en la hermosa misión de construir un mundo más justo.
La encíclica es “social”, como el mismo Papa lo ha dicho. Pero ese carácter social no se circunscribe sólo a lo local, sino que como ya nos tiene acostumbrados también, promueve una fraternidad humana a gran escala, de márgenes mundiales. Una fraternidad práctica, real, tangible, no sólo plagada de buenas intenciones, sino que hilvanada por intermedio de hechos, hechos concretos, una suerte de “nueva hoja de ruta”, que poniendo la dignidad plena del hombre como centro, motorice una fraternidad activa, potente y duradera.
La fraternidad que promueve Francisco, esa fraternidad que desalienta las acciones que promueven el enfrentamiento entre los hermanos, observa de manera muy precisa y en todas sus dimensiones a los hábitos que nutren la violencia. Y aquí hay un elemento realmente notable e interesante. En tiempos de violencias tan estructurales como las que vivimos, el Santo Padre no sólo hace referencia a la violencia endémica de las guerras y las luchas tradicionales, sino que se adentra, de manera inédita para un documento de esta índole, en la violencia del lenguaje, de los medios, de las redes.
Es muy claro el Papa al referir que al mismo tiempo que las personas “preservan su aislamiento consumista y cómodo”, optan por una vinculación “constante y febril”, que lamentablemente favorece “la ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones”, lo que Francisco llama “latigazos verbales” que destrozan al prójimo, al otro. Estas acciones concetan un verdadero desenfreno de violencia que no logra contenerse, porque para peor, al no existir el contacto cuerpo a cuerpo, esa agresividad social encuentra en la tecnología una ampliación sin igual. Esa “falta de pudor” en descalificar, en agredir, en decir cosas que frente a frente no se dirían, además, permanece impune, nadie las sanciona.
Como decíamos, son inéditas estas referencias puntuales sobre las redes y los dispositivos de comunicación en documentos pontificios. Pero por suerte, el Papa nos está habituando a estas interpelaciones tan precisas y prácticas. Está en nosotros, más allá de las cosmovisiones religiosas que suscribimos -ya que Francisco habla a la humanidad toda- incorporar estos palabras como parte de un diagnóstico, duro y doloroso, pero que nos permite mirarnos y aprender de los errores.
Dr. Fabián Lavallén Ranea.
Doctor en Ciencia Política (USAL). Lic. en Historia y Lic. En Relaciones Internacionales.
Especialista en Sociología de la Cultura.
Director de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UAI – Rosario).