Francisco y la mirada del Vaticano sobre los migrantes y refugiados

Políticas y acciones de la Iglesia para una Ética de las Relaciones Internacionales

La Sección Migrantes y Refugiados del Vaticano, es un área dirigida por el propio Sumo Pontífice, y constituye uno de los espacios sobre los que más empeño y esfuerzos ha dedicado Jorge Mario Bergoglio, y seguramente, uno de los que más han marcado su pontificado desde el comienzo. Pero paradójicamente, se conoce muy poco lo realizado en esta temática, sobre todo, en relación a la enorme tarea que se realiza.

Por Fabian Lavallén Ranea.

“Era forastero y me acogisteis” (Evangelio de Mateo 25,35).

1.- Nuestro Señor, un refugiado

En los tiempos finales de la República Romana, y comienzos del Imperio a partir de Octavio Augusto, por lo general las autoridades romanas no ocupaban Palestina. A pesar que era un territorio absolutamente estratégico, puente de comunicación entre los territorios de Siria y Egipto, los romanos no llenaban de soldados las tierras bíblicas de Canaán, ni mucho menos acantonaban legiones de sus soberbios ejércitos. El modus operandi de Roma consistía en, luego de controlar el territorio, estacionarse en enclaves estratégicos, sobre todo en las regiones limítrofes con el Imperio Parto, verdadero “dolor de cabeza” del Imperio Romano clásico, y posteriormente también del Imperio Romano Bizantino.

Roma solía “gobernar” Palestina por intermedio de soberanos satélites, por lo general personajes originarios de esos mismos lugares, los espacios periféricos de su Orbe Eterna, los cuales poseían una autoridad subordinada al Emperador, que en muchos casos era más brutal que el mismísimo César en el ejercicio de su poder.

Para los tiempos del nacimiento de Jesús, sabemos que gobernó Palestina un hombre que se caracterizó tanto por su fastuosa grandiosidad constructiva, como también por su extrema crueldad y violencia: Herodes el Grande. Un hombre absolutamente frío, obsesionado por conspiraciones contra su vida, calculador y obsecuente con el poder romano (hasta el extremo de colocar un águila de oro romana sobre el pórtico del Templo), llegó a ordenar el asesinato de sus propios hijos, Alejandro y Aristóbulo, a reprimir a su propio pueblo, y aniquilar con extrema dureza cualquier sedición.

Como nos dice Luis Heriberto Rivas, en los tiempos de la Natividad, Herodes “advertido por los sabios paganos y por los maestros judíos” de que había nacido el Mesías, resolvió matar al recién nacido, por ello, al no saber cuál era ese niño, ordenó matar a todos los niños pequeños de la región de Belén (la famosa “matanza de los inocentes”), episodio prefigurado en el Antiguo Testamento.

En la tradición cristiana, son sumamente significativos los hechos que desencadena esta persecución, y que relata el Evangelio de San Mateo: la aparición en sueños de un ángel del Señor al patriarca San José, advirtiéndole que huya a Egipto, el famoso y épico desplazamiento de la Sagrada Familia a aquel país, y su regreso unos años más tarde, cumpliéndose la profecía “De Egipto llamé a mi hijo” (Os 11,1).

Por lo tanto, uno de los primeros grandes sucesos de la vida de nuestro Señor, muchos años antes de su ministerio público, y siendo aún un niño muy pequeño, es la epopeya de haber sido un refugiado, el cual tuvo que desplazarse por casi mil kilómetros junto con sus padres, el Patriarca San José, y la Virgen María, en tierras de incertidumbre, sin hogar, sin patria, sin sustento.

El propio Francisco nos dice que "en la huida a Egipto, el niño Jesús experimentó, junto con sus padres, la trágica condición de desplazado y refugiado, marcada por el miedo, la incertidumbre, las incomodidades". De sólo pensar que Jesús, María y José fueron refugiados durante varios años, nos obliga a mirar con nuevos ojos esa terrible categoría, que en nuestros días sigue existiendo, por múltiples razones, y casi todas prevenibles.

2.- El Migrante en el desarrollo de la Iglesia

El Antiguo Testamento es una permanente referencia de las migraciones antiguas, sobre todo la propia del Pueblo de Dios. Pensemos simplemente que el pueblo de Israel posee una tradición seminómada, como bien reflejado está en el Génesis. Puede verse en Abraham y su ancestral periplo, o en Jacob, una inédita historia de destierro y exilio.

Como nos dice González Pacheco (2021), todo el entramado histórico de la identidad de Israel, “fue fraguando en la conciencia colectiva y en la legislación un fundamento ético del respeto al migrante”, que para el autor conforma la “triada de la pobreza” junto al huérfano y la viuda, lo que se refleja en El Código de la Alianza, cuando se enfatiza “No maltratarás al forastero, ni lo oprimirás”, o en El Código deuteronomista, donde ya se reconocen derechos a los migrantes, como por ejemplo a “no ser explotados y recibir puntualmente el jornal, el derecho a la justicia, a poder espigar, a beneficiarse de los diezmos que paga el pueblo”.

Podríamos ver referencias explícitas también en el Dodecálogo Siquemita, o en la Ley de santidad, donde los migrantes “aparecen como sujetos de derechos, casi equiparándose a los nativos” (González Pacheco).

En la historia moderna de la Iglesia, es desde Pío X (1903-1914) cuando se ve un trabajo pastoral más explícito sobre el cuidado de los migrantes. Posteriormente, con todo el impacto social de las dos guerras mundiales, es Pío XII quien decide fundar la Comisión Católica Internacional para las Migraciones, en 1951, publicándose al año siguiente la Constitución Apostólica Exsul familia, sobre la atención espiritual a los emigrantes, la cual hace referencia a la Sagrada Familia migrante que citábamos, la cual fue obligada a huir a Egipto, y se toma como el arquetipo de cada familia de refugiados.

Tanto Juan XXIII como Pablo VI retomaron esta preocupación de Pio XII, proponiendo la migración como un problema ético global, por eso podemos hablar de la conformación de una “ética de las relaciones internacionales” en esta materia, prédica de enorme resonancia y potencia, dando continuidad y profundidad al mandato pastoral comentado más arriba.

A partir de allí, son numerosos los documentos eclesiales de la Pastoral de Migraciones que comienzan a constituirse y a guiar la política internacional sobre el flagelo social. Para tener un panorama de dichos documentos, se puede recurrir a la “Guía” que propone el Fondo de Recursos Pastorales: http://migracioneseuropeas.com/guia-de-documentos-eclesiales-de-la-pastoral-de-migraciones/

Los más recientes pontificados, los de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, han trabajado permanentemente el tema migratorio, desde una mirada transversal y multidisciplinar, interpelando al sistema internacional y su arquitectura multilateral para trabajar en dicho aspecto, y también a la propia Doctrina Social de la Iglesia, en una permanente búsqueda de la justicia social en deuda con esos marginados y desplazados, lo cual está en sintonía con el Concilio Vaticano II, el cual ya avizoraba la consolidación de una voz permanente de reclamo por los derechos básicos de las víctimas de esa situación tan opresiva.

3.- El Migrante y el Refugiado en la mirada de Francisco

En el Mensaje del Santo Padre para la 107° Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, en septiembre de este año, titulado “Hacia un nosotros cada vez más grande”, nos dice el pontífice que debemos amplificar un llamamiento colectivo, que debe traducirse en un compromiso “por ser cada vez más fieles a su ser católicos”, realizando lo que San Pablo recomendaba a la comunidad de Éfeso: «Uno solo es el Cuerpo y uno solo el Espíritu, así como también una sola es la esperanza a la que han sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» (Ef 4,4-5).

Para el Papa ser católico implica “abrazar a todos”, sin distinciones:

“En efecto, la catolicidad de la Iglesia, su universalidad, es una realidad que pide ser acogida y vivida en cada época, según la voluntad y la gracia del Señor que nos prometió estar siempre con nosotros, hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28,20). Su Espíritu nos hace capaces de abrazar a todos para crear comunión en la diversidad, armonizando las diferencias sin nunca imponer una uniformidad que despersonaliza. En el encuentro con la diversidad de los extranjeros, de los migrantes, de los refugiados y en el diálogo intercultural que puede surgir, se nos da la oportunidad de crecer como Iglesia, de enriquecernos mutuamente. Por eso, todo bautizado, dondequiera que se encuentre, es miembro de pleno derecho de la comunidad eclesial local, miembro de la única Iglesia, residente en la única casa, componente de la única familia.”

Si todo bautizado es miembro pleno de nuestra comunidad, de nuestra casa, la inclusión, constituye desde los tiempos apostólicos uno de los valores de la Iglesia.

“Los fieles católicos están llamados a comprometerse, cada uno a partir de la comunidad en la que vive, para que la Iglesia sea siempre más inclusiva, siguiendo la misión que Jesucristo encomendó a los Apóstoles: «Vayan y anuncien que está llegando el Reino de los cielos. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien a los leprosos y expulsen a los demonios. Lo que han recibido gratis, entréguenlo también gratis» (Mt 10,7-8).

El problema, remarca el pontífice, es que entre los habitantes de las periferias encontraremos a muchos migrantes y refugiados, desplazados y víctimas de la trata, a quienes el Señor “quiere que se les manifieste su amor y que se les anuncie su salvación”.

«Los flujos migratorios contemporáneos constituyen una nueva “frontera” misionera, una ocasión privilegiada para anunciar a Jesucristo y su Evangelio sin moverse del propio ambiente, de dar un testimonio concreto de la fe cristiana en la caridad y en el profundo respeto por otras expresiones religiosas. El encuentro con los migrantes y refugiados de otras confesiones y religiones es un terreno fértil para el desarrollo de un diálogo ecuménico e interreligioso sincero y enriquecedor»

No puede ser más claro Francisco cuando establece, casi como un mandato, que estamos llamados “a reconocer en sus rostros el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado, que nos interpela (cf. Mt 25,31-46).”

Como nos dice enfáticamente Luca Marín (2017), en el mundo contemporáneo, más que en otras religiones y confesiones, “es dentro del catolicismo donde se desarrolla una sensibilidad particular hacia al fenómeno de la movilidad humana”, por ello muchas asociaciones y organizaciones que operan en el campo de la migración, aunque claramente revindican una orientación laica del pensamiento, “nacieron de una inspiración de matriz católica”. Marín nos dice que el Nuevo Testamento repite en numerosas oportunidades que en esta tierra los seguidores de Cristo son “extranjeros” y “huéspedes”, los cuales están “perpetuamente en un estado de transitoriedad”, ya que la vida humana debe ser entendida como un “peregrinaje”.

Por eso decíamos, que es casi un mandato dentro de la Iglesia Católica la protección y asistencia del migrante, no sólo por su pasado y simbología bíblica, sino que también por su experiencia evangélica, por la tradición de la Iglesia, por las prácticas históricas de miles y miles de misioneros, y por supuesto, por una sostenida convicción pontificia y hoy una política de estado del propio Vaticano.

4.- Orientaciones pastorales sobre los desplazados climáticos

Con toda la complejidad que supone la situación de los refugiados y migrantes, hoy contamos con un dramático efecto no deseado del desarrollo económico tan poco sustentable: los migrantes climáticos. Para Teófilo Altamirano Rua (2014), en una publicación que ya posee más de siete años, se calculaba en cincuenta millones el número de migrantes climáticos, pero ya se observaba a más de 130 millones de personas amenazadas por la desertificación y escasez crónica de agua.

Estas personas, que deben abandonar sus hogares debido a factores de estrés climático, son el resultado no sólo de malas decisiones, también de negligencia por parte de muchos gobiernos en atender cuestiones ambientales que día a día poseen mayor impacto social al corto plazo. Ya no podemos ver a los problemas ambientales como algo que impactará a “las futuras generaciones”. Lamentablemente con casos como el que estamos ilustrando, hablamos en presente.

El Vaticano ha elaborado unas ORIENTACIONES PASTORALES SOBRE DESPLAZADOS CLIMÁTICOS, las cuales recogen hechos, interpretaciones, políticas y propuestas pertinentes al ámbito del fenómeno del desplazamiento por razones ambientales. En las mismas, luego de explicar el aumento de la temperatura media de la superficie terrestre, y todos los efectos que el mismo genera, detalla como el agotamiento de los recursos naturales básicos que proporciona la tierra -el agua en particular- están causando el desplazamiento temporal o permanente de familias y comunidades enteras, ya sea porque los hogares se hacen inhabitables, o porque se pierden los medios de subsistencia.

Francisco ha desarrollado quizás la Encíclica de mayor referencia ambiental y ecológica de todos los tiempos (aunque, como ya se ha trabajado en estas páginas anteriormente, no se limita sólo a la ecología natural, también a la ecología política y la sustentabilidad social entre otras cosas), y ha creado todo un paradigma desde el pontificado sobre el Cuidado de la Casa Común, el cual es analizado, difundido y estudiado a lo largo de todo el mundo.

La complementariedad de Laudato Si con la política hacia los refugiados recién citada es sintomática. Es una muestra de un panorama integral que posee el Santo Padre sobre el deterioro de las condiciones ambientales y políticas, y la urgencia de trabajar mancomunadamente en función de ello. Pero también es una interpelación a todos los cristianos, y por supuesto en particular a los católicos, en redoblar sus esfuerzos por atender la situación de los damnificados de estos deterioros, que además de sufrir la intemperie social, la incertidumbre económica, la violencia política en muchos casos, viven en un angustiante desarraigo.

Bibliografía citada:

Luca Marín (2017). La movilidad humana, tema ineludible para la iglesia católica. Una estructura en constante tensión entre el imperativo de la acogida y la extrema complejidad del mundo de los migrantes.

Luis Donaldo González Pacheco (2021). Las migraciones en la propuesta más actual de la Doctrina Social de la Iglesia. Revista Iberoamericana de Teología, vol. XVII, núm. 33, pp. 29-60, 2021

Teófilo Altamirano Rua (2014). Refugiados ambientales: cambio climático y migración forzada. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 201