Francisco y Santa Nazaria
En Francisco se puede ver una permanente revalorización de la religiosidad popular, desde sus años como primado de la Argentina, hasta ahora como Sumo Pontífice. Ya en la exhortación apostólica “La Alegría del Evangelio” lo planteaba el Papa, cuando desarrolla los conceptos de Pueblo y Cultura, observando la categoría “Pueblo” no sólo como una expresión sociológica, sino que también como un sujeto colectivo que es también una realidad religiosa. Entroncado en la Teología del Pueblo, con nutrientes de las reflexiones y pensamientos de Lucio Gera, Rafael Tello y Juan Carlos Scannone (entre otros), Francisco observa la espiritualidad popular, y “las enormes riquezas que el Espíritu Santo ha desplegado en la piedad popular”.
Esa piedad popular, sobre todo en América Latina, pudo encontrar en Francisco una fuerza dinámica que la retroalimenta y estimula, la abraza y reconoce. Puede verse en las beatificaciones y canonizaciones de hombres y mujeres populares de nuestra región, siendo emblemáticos en nuestro país los casos de Mama Antula (Maria Antonia de la Paz Figueroa) y del cura Brochero. Pero hay un caso no tan conocido, aunque igual de potente. Es el caso de Santa Nazaria, la santa de Villa Pueyrredón, en Buenos Aires.
Nació como Nazaria Ignacia March Mesa, en España, Madrid, el 10 de enero de 1889. Luego de una vida entregada al prójimo, de vivir en México, Bolivia, Uruguay y la Argentina, fallece en el Hospital Rivadavia de Palermo, en Buenos Aires, el 6 de julio de 1943.
Su principal labor la realizó en Bolivia, particularmente en Oruro, donde se dedicó por más de una década al cuidado de ancianos y desprotegidos. Por eso es considerada una “Santa boliviana”, aunque habría que decir que es boliviana-argentina, ya que como veremos, tuvo una importantísima misión en nuestro país, donde aún se la recuerda con pasión y cariño.
En Bolivia se la recuerda también por haber fundado el Instituto de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, con una fuerte impronta ignaciana. Esa misma congregación es la que Nazaria llevaría a todo el Cono Sur, puntualmente a nuestro país, a toda Bolivia y el Uruguay, hasta llegar el día de hoy a contar con sedes en más de veinte países.
Algo muy particular que hizo en Bolivia, es que en 1933, cuando aún ni los trabajadores masculinos tenían derechos sociales y políticos, cuando aún no había llegado el proceso social transformador del General Germán Busch, o del General David Toro, y cuando aún ni se pensaba en una Revolución de los sectores subalternos como ocurriría muchos más tarde con Victor Paz Estensoro y el MNR en 1952, esta monja, esta joven mujer religiosa, en un mundo de hombres poderosos, con una voluntad infranqueable, decide organizar el primer sindicato de mujeres obreras de Bolivia, y uno de los primeros de la región.
Para esa tarea tuvo que luchar contra todos los prejuicios y circunstancias imaginables, las cuales no la detendrían, por el contrario, la haría más fuerte. Así como cuando decidió seguir profesando su fe en medio de la Guerra Civil española, siendo apresada y peligrando su vida.
En Bolivia, tanto en Oruro como la Paz, Potosí, Santa Cruz o Cochabamba, también asistió a campesinos, a los huérfanos de la Guerra del Chaco, a los moribundos en los hospitales, a las sirvientas y prostitutas, a los enfermos en las cárceles, a los mendigos, etc. En una palabra, se dedicó a cuidar a los peores marginales, a los sin derechos, a los desclasados.
En nuestro país dejó una huella profunda. Sobre todo, en el barrio de Villa Pueyrredón, donde se la recuerda en murales e imágenes populares. En ese barrio, gracias a la donación de la señora Dámasa Zelaya de Saavedra, la congregación de Nazaria consigue un terreno para fundar su famosa sede, al lado de una pequeña y precaria capilla. Desde ese momento, Nazaria no sólo puso manos a la obra para llevar adelante la congregación, sino que también para hacer crecer la parroquia, la cual, años más tarde, gracias a la intervención del infatigable Cardenal Santiago Luis Copello, se transformaría en la hermosa iglesia de Cristo Rey, diseñada por el famoso arquitecto de tantas iglesias porteñas Carlos C. Mazza.
En Villa Pueyrredón no sólo pasó Nazaria sus últimos días, sino que también estuvieron cobijados sus restos mortales en la cripta del Colegio Dámasa, durante una década y media, desde el 9 de junio de 1957, hasta el 18 de junio de 1972, en que fueron trasladados a Oruro (Bolivia) como fue su voluntad.
Pero su impronta y su carisma continúan luego de su muerte, y también en este barrio, ya que es una vecina de esta zona, Agustina Ortiz de Jiménez, en quien aparece el primer milagro de Nazaria, el cual la llevaría a la beatificación por Juan Pablo II, y posterior canonización por parte de Francisco.
Su santificación por parte de Bergoglio fue vivida en Villa Pueyrredón como una auténtica fiesta popular. Y su imagen, hoy no sólo está en la Parroquia Cristo Rey que tanto le debe, también sonríe desde los murales de la vieja fábrica la Grafa, como un estandarte de lucha y dedicación por los débiles, pero también como un reconocimiento popular imperecedero.
Escrito por el Dr. Fabián Lavallén Ranea. Doctor en Ciencia Política (USAL). Lic. en Historia y Lic. En Relaciones Internacionales. Especialista en Sociología de la Cultura. Director de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UAI – Rosario).