Una tríada de antropología cristiana
Hoy compartimos una nueva nota del Dr. Fabián Lavallén Ranea, esta vez sobre el Padre Fernando Boasso quien fue profesor del Papa Francisco y el biógrafo “autorizado” de Atahualpa Yupanqui.
Una tríada de antropología cristiana
Fernando Boasso (S.J), profesor de Francisco, amigo de Atahualpa Yupanki
“Pero su huella, trajinada, áspera, las más de las veces solitaria, se transfiguró en su más preciada herencia y en el mejor regalo para todos aquellos que, como él, sienten a la vida como un maravilloso y apasionante peregrinar”.
Carlos M. Otero, Caminos en la noche.
Pensando imágenes.
Hace poco más de cinco años, partió de este mundo uno de los personajes más atrapantes de la Iglesia argentina reciente, un hombre cautivador y profundo, erudito y generoso. Hablamos del Padre Fernando Boasso (SJ), un notable escritor y pensador santafesino, sacerdote, teólogo y profesor, que tuvo entre sus dilatados pergaminos, la experiencia de haber conocido muy de cerca a dos de los argentinos más universales: Jorge Mario Bergoglio, hoy Francisco, y a Héctor Roberto Chavero, eternamente Atahualpa Yupanki.
Podríamos improvisar una suerte de “hipótesis” sobre este hombre, y abordarlo desde el supuesto de trabajo que su pensamiento constituye el espacio de intersección, sumergido y profundo, de una tríada de círculos que se inter-relacionan con el Papa Francisco, y con Don Atahualpa.
Círculos que se encuentran a partir de la filosofía nutriente de Boasso, su antropología cristiana, sus símbolos, y sobre todo, su permanente “andar”, esa acción y signo de llevar el mensaje, constituida como imagen existencial y horizonte posible por la figura del camino. Justamente, el camino, esa idea-fuerza que nos lleva hacia adelante. El camino que marcó el destino de los tres hombres de la tríada: Don Ata por los caminos de la Argentina profunda, Francisco, por los caminos del mundo, y el Padre Boasso, como mirada interpretativa de esos itinerarios, como exégesis y síntesis de ambos, en una “fidelidad
metafísica”, al decir de Boasso, que los quita de la comodidad diaria negadora del camino, negadora del movimiento.
Fernando Boasso, nacido en 1921 en el trébol, provincia de Santa Fe, fue hijo de inmigrantes italianos. En los años cuarenta ingresa al célebre Colegio Máximo de San Miguel. En la década siguiente pasa a integrar el CIAS (Centro de Investigación y Acción Social) de la Compañía, que dirigía en su momento el Padre Alberto Sily. Años más tarde, comienza una tarea de renovación y docencia litúrgica, tarea no exenta de exégesis y estudio, luego de tomar contacto con Monseñor Angelelli en los años pos-conciliares.
Formalmente podemos decir que Fernando Boasso era Licenciado en Filosofía y Teología, que cursó seis años de Humanidades Clásicas, y también estudios de Teología Bíblica en el Instituto Católico de París. Ejerció la docencia como profesor de literatura griega, latina y castellana; Antropología, Simbología mítico-religiosa, y Teología Bíblica, entre otras cosas.
Uno de los grandes espacios del que formó parte Boasso fue la COEPAL (Comisión Episcopal de Pastoral), impulsora de una misión pastoral gigantesca, que daría notables frutos con los años, sobre todo desde la reunión de la CELAM de Puebla en 1979. Desde ese espacio (COEPAL), entre otros, emergerá nada menos que la modalidad de teología pastoral que hoy conocemos como Teología de la Cultura o Teología del Pueblo, teología pastoral que, como analiza Emilce Cuda, no se refiere a la pastoral de la Iglesia en los sectores populares como “doctrina y asistencialismo”, sino que, como un modo nuevo de “hacer teología” a partir de la pastoral en-el-pueblo.
Esta renovación claramente pos-conciliar, que no es ni liberal ni marxista, permite una recategorización ética y política de la teología, y logrará identificar desde Lucio Gera en adelante, una tradición pastoral y teológica argentina. Y lo que es muy importante, dicha tradición, hoy nos permite comprender las fuentes teológicas de Francisco. Y como bien nos expone Walter Kasper, conociendo a este “Sumo Pontífice de las sorpresas”, al estudiar sus raíces teológicas, podemos identificar también sus perspectivas pastorales.
Retomando a Boasso, hacia fines de los años sesenta, aunque no se suma plenamente al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, ni tampoco más tarde a la Teología de la Liberación, suscribe el Manifiesto de los Obispos del Tercer Mundo, escrito que implicaba dotar de músculo y caja de resonancia a los cambios propuestos por el Concilio Vaticano II hacia toda la periferia global, sobre todo en África y América Latina.
Camino que anda.
Boasso dedicó gran parte de su vida a desentrañar los símbolos yupanqueanos, y también a transmitir la trascendencia del payador perseguido, escribiendo trabajos de alto vuelo filosófico, y una enorme vocación pedagógica. Pero el dato importante viene ahora: lo hizo mucho antes que Don Ata sea la figura gigantesca y mundial que todos conocemos, mucho antes que su fama y prestigio encandilen a propios y extraños. Identificó muy temprano el espíritu religioso que transmite la obra de Yupanqui, los símbolos, la mítica, el mensaje.
Ya a comienzos de 1955, en la Revista Estudios (número 466), Boasso escribe un primer trabajo sobre Yupanqui, con el sugerente título de “Atahualpa Yupanqui, el místico de la Tierra”. En ese artículo, y en un ciclo tan temprano de la carrera de Don Ata, el sacerdote jesuita advierte que estamos ante un creador mucho más hondo de lo que suponemos, un creador donde existe una tensión fantástica de luchar sin descanso para no ser metafísico, y que sin embargo, “realiza la paradoja de unir lo metafísico con lo físico”.
Boasso descubre una sensibilidad especial del trovador, asi como una energía descriptiva y metafórica también única. Observa que Yupanqui transmite una trascendencia del “añorar”, añorar del porvenir, de la regresión, añoranza infinita que liga con lo eterno. Y ya que hemos hablamos del camino, decía Boasso en esos tempranos trabajos, que “el camino en cuanto símbolo, es, quizás, la principal categoría existencia que define el destino de Atahualpa Yupanqui”.
Le dedicó varios libros al gran folklorista, todos de una profundidad y riqueza filosófica notables. Además del citado artículo, escribió Atahualpa Yupanqui, Símbolo, Mensaje y drama a fines de los sesenta, y luego Atahualpa Yupanqui, Hombre-Misterio; Campeador de Misterios, y finalmente mi favorito, Tierra que anda-Atahualpa Yupanqui - Historia de un trovador.
Es importante consignar que Yupanqui no sólo leyó esos trabajos, sino que siempre dio cuenta de respetar esa exégesis, y entender a Boasso como el mejor intérprete del sentido de su obra.1
Esa “tierra que anda” que fue Yupanqui, según las palabras de Boasso, con una imagen centrada en la potencia del camino, o como decíamos, en el “andar andando”, es la misma metáfora que utiliza Kaspers para expresar la vocación de Francisco para su eclesiología: “Dios es un Dios del camino”.
Francisco decide afrontar la crisis de la Iglesia, y del orbe en su conjunto, desde una Iglesia sinodal, ecuménica y en movimiento. Pero un movimiento que no se pierde en la oceánida de lo global, ni se diluye en la miríada de visiones, sino que recupera las tradiciones y sus raíces teológicas, para anclar su proyecto pastoral en un núcleo de raíces propias e imperecederas.
1 Por fuera de los temas yupankeanos, publicó también entre otros: El misterio del Hombre (Identidad y sentido), El rostro descubierto, Eucarístía, cumbre y corona del relato bíblico, y el gran trabajo conocido como Crecer en Humanidad, donde expresa su propuesta antropológica.
Boasso y Francisco sentían una mutua admiración por José Gabriel del Rosario Brochero. Recordemos que Francisco lo santifica en el año 2016, y conoce su trabajo desde el año 1958. Pues bien, en sus últimos años, Boasso escribió un trabajo muy pedagógico sobre el Santo gaucho, y tuvo el privilegio que Francisco lo prologara ya siendo Papa, en los tiempos previos a la santificación. En dicho prólogo, dice Francisco que Brochero “es un ejemplo de discípulo misionero, que nos invita a evangelizar a nuestro pueblo fiel, como él lo hizo: "andando, andando, andando".
Nuevamente el camino, nuevamente el movimiento, en el pueblo, en misión, cerca de los pobres, escuchando a los nadies, a los anónimos.
El Padre Carlos Otero, hombre de una larga e intensa actividad misionera a lo largo de nuestro país, que le ha dedicado varios trabajos a Atahualpa Yupanqui, incluyendo uno de los más hermosos que existen (“Caminos en la noche. Sendas interiores en Atahualpa Yupanqui”), nos dice que Don Ata en su andar incesante por paisajes y hombres, fue entreviendo un “Misterio mayor”, cuestionándose si su peregrinar incansable no encontraría algún día una meta, un reposo.
Sabemos que para los cristianos, ese reposo, ese final de camino, es el Rostro de Dios, horizonte final del peregrinaje. Pero mientras tanto, el movimiento, la fuerza hacia adelante, la añoranza itinerante, el camino.
Ese camino que nos propone desde una teología pastoral el Papa francisco, ancladas en la Fe cristiana, pero con matices propios. Una Fe de diálogo ecuménico, pero con identidad propia, universal pero con nuestro lenguaje. El lenguaje del Pueblo de Atahualpa, y el misterio del hombre de Boasso.
Dr. Fabián Lavallén Ranea
Doctor en Ciencia Política (USAL). Lic. en Historia y Lic. En Relaciones Internacionales
Especialista en Sociología de la Cultura
Director de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UAI – Rosario)