Solo se trata de vivir

Una historia que recorre longitudinalmente al planeta y cuyo hilo conductor es la vida de Marcela Díaz Stranden, quien es graduada de la carrera de Medicina de la Sede Rosario y una dedicada y comprometida profesional entregada al cuidado del otro.  

La crónica comienza en la Base Naval Puerto Belgrano de Punta Alta (provincia de Buenos Aires), destino militar al que fue enviada en instrucción luego de su ingreso a la Armada, con apenas 18 años. “Mi vocación puede haberse despertado en los desfiles del Día de la Bandera en Rosario, no hay  antecedentes familiares. Siempre tuve fascinación por navegar, sentimientos patrióticos, y una inequívoca convicción de que las mujeres podemos hacer las mismas cosas que los hombres”, recuerda.

Posteriormente, llegó la orden de trasladado a la Base Naval Integrada Almirante Berisso de Ushuaia donde, “entre mar y montañas”, conoció a su esposo noruego, a quien define como su “compañero de vida”, para iniciar un camino juntos.

“Tomamos la decisión de irnos a Noruega, porque era el lugar donde más oportunidades teníamos. Llegué después de aprender el idioma, dar exámenes para revalidar mi título secundario y vivir unos meses en el Reino Unido para lograr un buen nivel de inglés”, comenta Marcela. Luego de mucho esfuerzo y preparación consigue ingresar a la carrera de Bioquímica en la ciudad de Hoeyskole i AAlesund, completar sus estudios y trabajar en el sector de inmunología y medicina de transfusión de la Akerhus Universitet Sykehus, por más de una década.

 

Una apuesta por la vocación

“Sentía que había llegado a un techo en lo que hacía y no tenía más desafíos”, recuerda la doctora Díaz. Con el correr tiempo, fue despertándose en ella una fuerte vocación hacia la medicina, por lo que tomó la decisión de retornar a su Rosario natal para recibirse como galeno. Entre las causas que motivaron su decisión menciona también la de darle a su hijo noruego la oportunidad de conocer y disfrutar de sus otras raíces.

Junto a su esposo e hijo permanecieron 10 años en la ciudad, tiempo suficiente para graduarse. “Decidí que la UAI era la mejor opción. Fue una experiencia extraña al principio, volver a estudiar, a ser evaluada después de haber sido jefe, a una edad adulta, tiene sus inconvenientes. Nunca antes había tenido compañeros con edad de ser mis hijos, pero siempre me sentí cómoda y bienvenida”.

 

Por el bien y la salud de los enfermos

Con el título en sus manos, solicitó su revalidación en España, país donde la UAI tiene  vigentes convenios de cooperación, y a su vez con la Unión Europea. Al poco tiempo recibió dos ofertas de trabajo desde España, una de ellas en Argamasilla de Alba, un pueblo cervantino cercano a Madrid, con el fin de realizar una suplencia.

“Empecé con mi período de prueba el 2 de marzo y tuve mi primera guardia el fin de semana en el cual atendí a casi cien pacientes con patología respiratoria. Me llamó la atención el número, pero a pesar de que escuchábamos lo que pasaba en China e Italia, nos sentíamos muy lejos de eso. No tomamos en cuenta la cercanía, las buenas comunicaciones con Madrid ni el hecho de que en esta zona es normal que convivan hasta tres generaciones”, cuenta Marcela.

La situación de emergencia provocada por el coronavirus no tardó en manifestarse y los casos de COVID positivo comenzaron a llegar, siendo víctimas incluso los propios colegas de Marcela. “Cuarenta y dos médicos perdieron la vida hasta ahora, hay miles de contagiados y no sabemos nada sobre las secuelas”, afirma.

El gobierno noruego le ofreció la repatriación, poniéndola en el lugar de elegir entre regresar con su familia o quedarse para hacer aquello para lo que había formado durante muchos años. Con su vocación como bandera, la suerte estaba echada. ”Fueron días muy duros, en atención primaria trabajábamos sin descanso, la protección era insuficiente, no había conocimiento de cómo usarla. Muchos casos graves, las residencias de ancianos colapsaron, el hospital regional estaba superado. Nadie había visto ni vivido algo similar, tuvimos que improvisar y aprender sobre la marcha. Fueron días de "medicina de guerra", triage, protocolos de tratamientos cambiantes y contención de muchas personas enfermas y otras en duelo”, confiesa.

Pese a la cantidad de consultas y la gravedad de los cuadros clínicos que ha visto, permanece en esa primera trinchera de batalla contra el virus, según sus convicciones, y haciendo carne el juramento hipocrático de `no llevar otro propósito que el bien y la salud de los enfermos´. Explica que continúa en atención primaria, “en la primera línea, sigo estudiando y aprendiendo. No creo poder brindar consejos a nadie, excepto repetir el que me dio mi sabia madre: de lo único que hay que arrepentirse en la vida es de lo que dejamos de hacer”.

Marcela Díaz Stranden y una historia que se sigue escribiendo, con pasión, dedicación y compromiso.