• Publicado en: 2025

Una historia con cámara en mano. Graduado UAI en la escena audiovisual

Desde las aulas de la Universidad Abierta Interamericana (UAI) hasta los sets cinematográficos más exigentes, Joaquín Sala está construyendo una sólida y apasionada carrera en el mundo audiovisual. Este graduado de la Licenciatura en Producción y Realización Audiovisual de la Sede Rosario aportó sus aptitudes profesionales en la serie “Camaleón: El pasado no cambia”, recientemente estrenada por la plataforma Disney+ y protagonizada por figuras como la “China” Suárez, Federico D´Elía y Pablo Echarri.

El trabajo de Joaquín para empresas como Netflix o Warner Bros no solo lo posicionan en el radar de la industria nacional, sino que también lo convierten en motivo de orgullo para su Capitán Bermúdez (provincia de Santa Fe) natal. Formado para desenvolverse eficientemente en el ecosistema audiovisual, Sala ha sabido transformar cada desafío en una oportunidad de crecimiento. Su recorrido, los aprendizajes que marcaron su camino y los proyectos que definen su identidad profesional son un testimonio inspirador para las futuras generaciones profesionales que sueñan con dejar su huella.

 

“Trabajar en cine transforma”

Joaquín recuerda con claridad cómo llegó a formar parte del equipo de “Camaleón”. Fue gracias a Laura Pereira, su jefa de producción en la película “El Aroma del Pasto Recién Cortado”, quien lo convocó tras una recomendación de una amiga en común. “Camaleón fue mi primer trabajo grande en Buenos Aires”, cuenta. Aunque sus tareas estaban bien delimitadas, no dejaba de ser una prueba de fuego: “Estaba a prueba, como quien diría”, admite.

En ese proyecto, se desempeñó como ayudante de producción, con responsabilidades que iban desde la gestión de amenities, hasta el control de insumos de maquillaje, catering y comunicación en set. “Mi sonrisa y temple, según muchos, volvieron a jugar un rol importante”, comenta, dejando entrever que su actitud fue tan valorada como su capacidad técnica.

Con una estética que marca la diferencia, Sala destaca los aspectos técnicos y narrativos de la serie subrayando el enfoque visual elegido como uno de los grandes aciertos de la serie. “Camaleón juega con un atractivo estético que le da ventaja ante otras propuestas con historias similares”, explica. Para Joaquín, tanto la directora, Natalia Garagiola, como el director de fotografía, Santiago Guzmán, lograron un equilibrio entre una estética internacional y una narrativa profundamente local. “Supieron darle un look visual que genera una propuesta similar a las historias extranjeras sin perder el tinte autóctono de nuestro modo de hacer cine”, afirma.

Poder ser parte en una producción de esta magnitud no solo impactó su carrera, sino también su forma de ver el mundo. “Trabajar en cine o series transforma”, asegura. Para Sala, este oficio no es solo una profesión, sino una forma de vida que exige vocación genuina. “Es tan demandante como fascinante, y sin una verdadera vocación detrás, simplemente no se sobrevive al segundo día de rodaje”, sentencia.

“Las producciones de gran escala no solo enriquecen un currículum - aunque claro, es imposible no sentir cierto orgullo cuando tu nombre empieza a figurar junto a grandes casas productoras -, también dejan una marca profunda a nivel personal e intelectual”, destaca. Desde lo intelectual, describe el trabajo en cine como una “gimnasia mental constante”, donde cada problema técnico puede tener múltiples soluciones. “La rutina no existe. Cada jornada es una coreografía nueva entre lo previsto y lo imprevisto”, reflexiona.

Sin embargo, es en lo humano donde Joaquín encuentra el verdadero valor de su rol. En un set con más de 80 personas, dice, los estados de ánimo rara vez están sincronizados. “Podés elegir contagiarte del caos o podés poner el cuerpo con empatía, aun cuando vos también estés al límite”, sostiene. Y agrega: “Una sonrisa, por más simple que parezca, puede hacer la diferencia. A veces, lo más valioso que uno puede aportar no está en el currículum, sino en cómo se elige acompañar al equipo”.

 

El cine como forma de vida

A lo largo de su joven pero intensa carrera, Joaquín Sala ha participado en una variedad de producciones que abarcan desde cine hasta series, pasando por documentales y videoclips. Entre los títulos que figuran en su recorrido se encuentran “Un Crimen Argentino”, “Maternidark”, “Caminemos Valentina”, “El Aroma del Pasto Recién Cortado”, “Camaleón: El pasado no cambia”, “El Hombre que Amaba los Platos Voladores”, “La Mujer de la Fila” y “El Tiempo de las Moscas”, los cuales contaron con el respaldo de grandes productoras locales e internacionales. “Me llena de orgullo pensar que algunos de estos proyectos tuvieron detrás a figuras como Martin Scorsese o Vanessa Ragone”, confiesa, y agrega que cada uno de ellos le dejó aprendizajes valiosos.

En su trayectoria profesional, Joaquín no duda en destacar dos trabajos que dejaron una marca indeleble en él. El primero es “Maternidark”, una serie que, desde su perspectiva, lo hizo “crecer a pasos agigantados”. Comenzó como ayudante y terminó como primer asistente de producción. “Fue el proyecto que alimentó esa ambición interna”, recuerda. La confianza que sus jefes (Damaris, Santiago King y María Elia Rodríguez) depositaron en él fue determinante: “Si ellos confiaban en mí, qué duda me iba a caber a mí de poder lograr algo”.

“Fue un equipo donde el amor, la dedicación y el compañerismo reinaba. Santi, jugó un rol fundamental en mi crecimiento, previo a terminar la serie surge mi primera posibilidad de estar en una película de Buenos Aires, él fue quien me incentivó. Sin vueltas me dijo: Dale para adelante qué si necesitas volver, acá te esperamos con los brazos abiertos”, rememoró. La filmación coincidió con un momento muy simbólico en su vida: el acto de colación, postergado por la pandemia, y que se celebró el mismo día que la fiesta de fin de rodaje. “En la semana viajaba a Buenos Aires. Introspectivamente veo cómo ese ‘hasta luego’ fue un abrazo fuerte de Rosario”, reflexiona.

El segundo proyecto que destaca es “El Hombre Que Amaba Los Platos Voladores”, dirigida por Diego Lerman. “Esa película se lleva gran parte de mi corazón”, afirma. Fue un rodaje exigente, que lo enfrentó a desafíos inesperados, como gestionar el aterrizaje de un helicóptero en un cerro, en condiciones climáticas y geográficas complejas. “No dejábamos de trabajar con cosas inflamables en un terreno seco y con muchos peligros”, explica. La película se filmó en Buenos Aires, San Luis, Córdoba y Mendoza, y culminó en el desierto de El Nihuil: “Llegar al set era como estar en el Rally Dakar”.

Sala se ha desempeñado en distintos formatos. Reconoce que cada uno tiene sus particularidades, destacando que la diferencia más notable está en la dinámica de trabajo y el tipo de vínculos que se generan. “Las publicidades y videoclips suelen ser muy cortos, con equipos cambiantes. Todo es para ayer”, dice. En cambio, en el cine y las series, donde los rodajes pueden extenderse por semanas, se crean lazos más profundos. “Pasás de estar ansioso a enojado, a prestar el hombro y ser terapeuta de un compañero que está igual o peor que vos”, comenta con honestidad.

La autoexigencia también juega un rol importante en su día a día. “Quiero que todo esté bien a la primera”, admite, dejando en claro que su compromiso con la excelencia no es negociable. Actualmente, Joaquín trabaja en la productora Mostra Cine, bajo la dirección de Tomás Eloy Muñoz y Valeria Bistagnino. Más que un puesto, define esta etapa como un “refinamiento de habilidades”. La experiencia le permite volver al set con una mirada más estratégica, combinando la lógica de producción con la sensibilidad del rodaje. “Una película no se construye solamente desde el set. Se construye desde la estrategia, desde la perseverancia, y desde una comprensión total del ecosistema industrial”, asevera con convicción.

En paralelo, desarrolla tres proyectos junto a Francisco Sarduy (productor audiovisual), colega con quien comparte una visión clara del tipo de contenido que quieren crear. Entre ellos se encuentra su ópera prima, una historia que explora el vínculo entre religión y ciencia, donde dejan de ser opuestos para volverse espejos. “Esta investigación me premió con la apertura del Vaticano, donde tuve el honor de ser recibido en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (institución universitaria católica con sede en Roma)”, cuenta con orgullo, y agrega: “Cuando un relato exige cruzar límites, uno no duda. Actúa”.

El presente es prometedor, pero el futuro que imagina lo es aún más: “Trabajo diariamente para lograr llegar a una escala internacional. No quiero limitar mis ambiciones a los márgenes de Argentina”. Le interesan las producciones que representen un verdadero desafío intelectual, logístico y creativo. “Cine con impacto real, no ejercicios de ego artístico. El reconocimiento vendrá. Siempre lo hace cuando el trabajo está a la altura. Pero no trabajo por premios. Trabajo por legado”, advierte, y concluye con una frase que resume su filosofía de vida: “Amo lo que hago. Y como todo amor verdadero, a veces me deja sin aire. Pero es ahí donde sé que estoy en el camino correcto”.

 

Una vocación sin plan B

Joaquín Sala comenzó la carrera en Producción y Realización Audiovisual (PRAV) en 2017, en la Sede Rosario de la UAI. Al recordar sus días como estudiante, no puede evitar esbozar una sonrisa. “Era difícil al comienzo”, admite. Como muchos, ingresó con una catarata de ideas para cortometrajes, pero pronto se enfrentó a una realidad común: la falta de recursos narrativos y económicos para llevarlas a cabo. “Usualmente eran buenas historias, pero sin herramientas para realizarlas”, reflexiona.

Ese contraste entre la ambición creativa y las limitaciones técnicas fue, paradójicamente, uno de los aprendizajes más valiosos que se llevó de la carrera. “Aprendí a hacer lo irrealizable, realizable”, sentencia. También destaca la importancia de encontrar compañeros con la misma sintonía: “Estaban los conformistas, que hacían lo justo para entregar, y después estábamos los que nos quedábamos en el mínimo detalle hasta que quedara lo mejor posible”.

El cuerpo docente también lo marcó en su formación. “Al estar en constante actividad profesional, sabían cómo encontrar una vía realizable para cada proyecto”, explica. Entre quienes lo acompañaron en su camino, menciona con gratitud a Lucas Pérez, María Elia Rodríguez, Agustina López, Federico Actis y Carolina Medina. “Más allá de ser docentes, muchos de ellos se convirtieron en mis compañeros de trabajo”, agrega.

La decisión de estudiar PRAV no fue casual ni improvisada. “Nunca hubo un plan B”, afirma. Su amor por el cine nació en la infancia, cuando su padre lo llevó a ver “La Guerra de los Mundos”. “Ahí sentí que había descubierto algo único: la posibilidad de vivir otras vidas, otras realidades”, recuerda. Grababa escenas con una handycam a escondidas, sin saber que estaba alimentando una vocación que lo acompañaría hasta hoy. Películas como “María Antonieta” de Sofia Coppola, o “Zodíaco” de David Fincher, lo marcaron profundamente. “Me mostraron la riqueza de contar historias con sensibilidad e intensidad narrativa, algo que hoy intento llevar a cada proyecto”, dice.

La transición del ámbito académico al profesional no fue sencilla. El primer año estuvo atravesado por la pandemia, lo que dificultó las oportunidades laborales. Sin embargo, Joaquín ya había comenzado a tender redes durante su pasantía en el Estudio de Realización Audiovisual de la UAI, donde trabajó codo a codo con docentes como Lucas Pérez.

Una vez recibido, y con su primera cámara en mano, comenzó a tomar proyectos pequeños: coberturas, spots, videoclips. “Fue como trabajo de minero”, describe. Sabía a dónde quería llegar, pero no cómo. “La pandemia no iba a durar para siempre, y cuando todo se flexibilizase, yo tenía que estar al tope de la lista para cuando arrancara una película”, se propuso. Ese momento llegó en el verano de 2022, con “Un Crimen Argentino”, su primer proyecto grande y también el primer desafío, donde lo convocaron como meritorio de producción, un área que no había sido su foco principal durante la carrera. “Estudié con el ojo puesto en Dirección”, explica. Pero lejos de rechazar la oportunidad, la abrazó con madurez: “Pensé que el salto a Dirección se puede dar en cualquier momento, y qué mejor que un director que conozca de producción”.

El rodaje fue intenso. “Fue un verano muy caluroso”, recuerda. La ciudad de Rosario apenas comenzaba a prepararse para recibir producciones de esa envergadura, pero el equipo no se echó atrás. “Me saco el sombrero ante mis colegas”, dice con admiración. El primer día de rodaje fue un momento bisagra. “Recuerdo llegar al set, estacionar el auto y por dos segundos observar el despliegue del que era parte: cortes de calle, guardia urbana, gazebos, motorhomes, técnicos bajando luces, llevando vestuario de una punta a otra. Ahí me di cuenta de la magnitud que todo tenía”, relata.

La película, respaldada por Warner y Pampa Films, tenía una escala que se sentía en cada rincón del set. “Por momentos, cuando filmábamos en la calle, era como una obra de teatro: la gente se paraba a mirar y aplaudía cuando Lucas Combina cantaba ‘¡corte!’”. Uno de los desafíos más complejos que debió afrontar fue la constante modificación del plan de rodaje, lo que extendía las jornadas de trabajo. Pero Joaquín mantuvo su temple. “Siempre con mi sonrisa, afrontaba las largas horas de rodaje”, concluye.

Desde Capitán Bermúdez al mundo, el camino profesional de Joaquín se convierte en un testimonio de vida para los futuros graduados en Producción y Realización Audiovisual. Su recorrido refleja la esencia misma del lenguaje audiovisual: imágenes al servicio de contar historias que emocionan, inspiran y transforman.