“El cine es arte, y el arte es resistencia”

A pesar del adverso panorama con el que se enfrenta el cine independiente argentino, surgen nuevas voces que se animan a explorar territorios poco transitados, contando historias originales que combinan lo íntimo con lo absurdo, lo cotidiano con lo fantástico. En este escenario emerge la voz de Julia Sofía Vega, realizadora audiovisual graduada en la Universidad Abierta Interamericana, que con su largometraje “Marianela y el cadáver”, ha logrado abrirse paso en festivales y ciclos con una propuesta tan original como potente.

La película, concebida en el marco de su trabajo de tesis, parte de una idea provocadora: una adolescente convive con un cadáver escondido en su armario. Pero más allá del humor negro y el surrealismo, la trama se adentra en temáticas profundas como el paso a la adultez, los vínculos familiares y los secretos que todos, de alguna forma, arrastran. Con una mirada fresca, autogestiva y profundamente personal, Vega se posiciona como una realizadora creativa y valiente.

Julia (docente en la carrera de Producción y Realización Audiovisual en la Sede Rosario) cuenta cómo surgió la idea de la película, qué desafíos enfrentó durante el rodaje, cuáles son sus influencias cinematográficas y qué historias le interesa contar como directora. Con una mirada fresca, honesta y profundamente comprometida con el cine como herramienta de expresión y resistencia, se perfila como una aparición prometedora en el cine argentino.

 

- ¿Cómo nació la idea de “Marianela y el cadáver”?, ¿cuál fue tu inspiración?

- La idea de “Marianela y el cadáver” nació durante la pandemia. Se me ocurrió llevar a la literalidad la frase, “todos tenemos un muerto en el placard”, convirtiéndola en una comedia absurda sobre una adolescente que convive con un cadáver en su armario. Al principio, el cadáver era una especie de guía o amigo, alguien que la acompañaba. Con el tiempo la historia fue evolucionando: Marianela creció, y el cadáver empezó a representar otras cosas. La peli empezó a hablar del paso a la adultez, de una relación muy fragmentada entre madre e hija, y de una familia bastante caótica, con varios temas no resueltos.

Mi inspiración más grande fue “Shiva Baby”, una peli con una protagonista que lidia con un secreto familiar en medio de un funeral. Todo transcurre en una sola locación, y eso me sirvió mucho a nivel producción. También me inspiraron la trilogía de “Plaga Zombie” y su documental “Un millón de zombies”, no tanto por la temática (aunque hay mucho de los zombies de “Plaga Zombie”, específicamente del zombi verde de “Plaga Zombie 3”, en el cadáver), sino por el modelo de producción: autogestivo, caótico, creativo y lleno de amor por hacer cine sin un peso.

 

- ¿Qué simboliza el cadáver en la historia?, ¿cómo se inserta en la trama?

- El cadáver simboliza muchas cosas que me interesa que el público descubra al ver la peli. Parte del viaje es entender de dónde viene ese cadáver y por qué aparece así. Ya digo bastante cuando explico que es literalizar eso de, “tener un muerto en el placard”.

La trama es simple: Marianela es una joven que, en el medio del cumpleaños de su madre (con quien tiene una relación muy conflictiva), se ve obligada a contar un secreto enorme. Mientras lidia con la familia entera reunida en su casa, también tiene que enfrentarse al hecho de que hay un cadáver escondido en su armario.

 

- ¿Qué desafíos enfrentaste durante el rodaje?

- El más obvio fue el del dinero. Pero a nivel personal, el desafío más grande fue interno. Una lucha conmigo misma. Sentía que el proyecto me podía quedar grande, que capaz no iba a estar a la altura, que podía decepcionar al equipo o a los actores. Me daba miedo que todo lo que se había invertido se perdiera si el resultado no era bueno, o si después la película no tenía la distribución que está teniendo hoy (que por suerte está yendo muy bien, con festivales y ciclos que nos tienen muy contentos). Pero bueno, el conflicto era conmigo misma, con el espejo. Por suerte, cuando tenés un equipo firme, eso se vuelve una gran espalda que te sostiene y te empuja a seguir.

 

- ¿Qué elementos estéticos o narrativos considerás fundamentales en esta obra?

- Narrativamente, la mezcla entre el costumbrismo familiar y el absurdo. Hay algo muy “Esperando la Carroza”, en la forma de retratar a la típica familia ítalo-argentina. Esos personajes que son tan reconocibles que todo el mundo me dice, “mi mamá es igual”, “ese es mi tío”, “esa es mi abuela”.

Estéticamente hay dos mundos que chocan y después se terminan conectando: por un lado, los planos fijos, el tono naturalista, los gestos cotidianos. Y por otro, la fantasía total, el cadáver, los movimientos de cámara más delirantes, los grandes angulares, los colores neón. Me gusta ese contraste entre lo real y lo ridículo, entre lo reconocible y lo “flashero”. Todo eso convive en la película.

 

- ¿Cómo ha sido la recepción del público y la crítica hasta ahora?

- Muy buena. Ya pasamos por varios festivales y ciclos, y siento que la peli está encontrando su nicho. Recibimos comentarios hermosos, tanto en redes como en persona. La gente es muy cálida, muy receptiva. Lo que más me emociona es cuando desde una historia personal y medio fantasiosa logras tocar algo delicado en otro. Que alguien venga y me diga: “lloré con tal escena” o que se rieron un montón, es de lo más lindo que me pasó. Haber logrado eso (que alguien se ría y otro se emocione con lo mismo) es un montón. Estoy muy agradecida con quienes ven la película, la comparten, la hacen circular. Y ojalá siga así.

 

- ¿Cómo fue ese despertar vocacional?, ¿por qué decidiste estudiar Realización Audiovisual?  

- Desde chica siempre supe que quería ser directora y guionista. Ya a los 12 (años) grababa cortos con lo que tenía a mano. Siempre jugué con la cámara, con lo audiovisual, porque desde siempre supe que quería estudiar cine. Desde muy chica. Ya dibujaba, escribía historias, hacía cómics, y cada vez que podía agarraba la cámara VHS de mi papá, la agarraba. A los tres años fui al cine por primera vez y algo se encendió ahí. No sé si lo pensé con palabras, pero supongo que mi cabeza conectó que podía mezclar mis dibujos, mis ideas y lo que veía con una cámara. Y que eso podía convertirse en algo que otra gente también viera. Me pareció mágico.

En la Facultad hice mis primeros cortos más formales. En segundo año grabé “Espacio Liminal”, que fue el primero que mandé a festivales. Ahí empecé a entender qué pasaba después de hacer una peli: mostrarla, moverla, ponerla a circular. Después llegó “Marianela y el cadáver”, que fue un salto enorme. Y ahora estoy trabajando en nuevos proyectos que todavía están en desarrollo.

 

- ¿Qué historias te interesa contar como directora?

- Me interesan las historias que no están siendo contadas o que, cuando se cuentan, se hacen desde lugares que no me representan. Me interesan mucho las historias de mujeres, de disidencias, el cine de terror, lo absurdo, lo bizarro. No me gusta esquivar temas incómodos ni corregirme para no incomodar. Siempre escribo desde lo que conozco, desde lo que viví. Hay algo de catarsis en lo que hago. También hay crítica, y también hay celebración de lo que me parece importante. Por ahora no me veo haciendo una biopic o contando la vida de otra persona, por ejemplo. Prefiero crear desde lo que me atraviesa, sin miedo a lo tabú ni a la cancelación.

 

- ¿Qué referentes cinematográficos te han influido?

- Mis influencias más grandes (y que todavía lo son) son Charlie Kaufman, Julia Ducournau, Farsa Producciones, Ari Aster, David Lynch y Agnès Varda. Son miradas distintas, pero todas tienen algo en común: una forma muy propia de contar, sin pedir permiso.

 

- ¿Qué aprendizajes valorás de tu etapa como alumna?

- Lo que más valoro son los vínculos. Con mis compañeros, que hoy son amigos, pero también con actores y actrices que trabajaron en cortos y con algunos docentes con los que se generó una relación hermosa. La parte humana de la carrera es, para mí, lo más lindo.

 

- ¿Qué consejo le darías a los futuros graduados que quieran iniciarse en el mundo del cine?

- El consejo que siempre doy (a mis alumnos o a cualquiera que se acerque a hablar) es que hay que poner mucho “huevo”. Si hay que atar con alambre, se ata con alambre. El cine es arte, y el arte es resistencia. Y la verdad que no hay nada más poético y nada que genere más sentido en esta vida que resistir cuando el mundo quiere que desaparezcas.

Cuando el arte (como el cine nacional) está en una situación de amenaza, de peligro, de extinción, hay que salir y hay que hacer. No importa con qué. Después llegarán los trabajos, llegará la paga, llegará ese cine industrial y el famoso Netflix. Pero para eso hay que mover, hay que traccionar, hay que mover los engranajes y hay que resistir en la trinchera y hacer cine guerrilla. Es así, no queda otra.