Un hogar para descubrir
*Por Emilio Farruggia
La pandemia que nos toca vivir, sorprendió nuestra incredulidad. El mundo con sus tecnologías de comunicación e información mostró rápidamente las prácticas modernas indiferentes a la muerte multitudinaria, demoró el instante fatal para cerrar sus ciudades, estaciones, puertos y aeropuertos, detener su trabajo e intercambio.
De pronto la incertidumbre se adueñó del tiempo y el espacio que distraídos habitamos todos los días. De pronto, las cosas de todos los días se cargaron de sospechas. Lo común perdió su tranquilizadora normalidad. Las personas con las que compartimos tiempos, espacios y cosas cayeron en esta perplejidad. Nuestro propio cuerpo fue objeto de sospechas y miradas más atentas.
La novedad nos sorprendió y apenas nos dio tiempo para guardarnos en casa y, una vez allí, recién arribados, nos vimos casi extraños al lugar en el que estamos todos los días. La casa dónde quedarnos descubrió nuestra patética rutina y transitada indiferencia. Más allá de su tamaño y organización la casa mostró su nobleza, se hizo ámbito colectivo, sitio privado, el lugar del silencio y el rincón de la penumbra que le adeudábamos a la música, a la lectura, a la conversación, a la memoria y al estar, simplemente.
La casa se ha hecho un territorio en el que cada habitante se apropió de una parte, lo ha colonizado, lo gobierna y no está dispuesto a compartirlo. Mover una mesa contra la pared, correr el sillón y traer una lámpara, hizo un lugar allí dónde sólo había un paso; nos sorprendió el sol de la mañana de otoño y empujar la cama, poner una alfombra y unos almohadones cambió el rincón y lo hizo espacio de lectura; el banco ahora es mesa gracias a una pequeña tabla y la cama ahora es banco, el cajón del placar más unos libros sostiene la notebook, y ahora es lugar de trabajo; el celular, el parlante y YouTube proveen la música oportuna; la comunicación familiar es mediante WhatsApp y, de este modo, las distancias están reguladas.
La casa, es el término genérico con el que hablamos del lugar en el que habitamos, y no tiene que ver con el tamaño, la forma o la materia. Ese mundo habitado y próximo, pasó a ser pura presencia tangible y percepción del cuerpo. Con el correr de los días dejó de estar oculto detrás del tráfico cotidiano de las circunstancias, y se adelantó evidente, como lugar de intercambios necesarios y riesgosos, como espacio de encuentros afectivos y distantes, como el ámbito de actividades silenciosas y discretas.
*Director de la carrera de Arquitectura - Universidad Abierta Interamericana