Yo, periodista
Por Angeles Fonti*
No es fácil tratar de descifrar qué es lo que me llevó a estudiar periodismo. Solemos tener preconceptos sobre la carrera en sí, algunos ciertos, otros erróneos, pero siempre bajo el común denominador de pensar que estamos todos cortados por la misma tijera. Construímos una imagen colectiva que nos hace creer que no coincide con nuestros intereses. Entonces, diré: no siempre supe que quería ser periodista.
No importaba que mi habitación se encontrara llena de libros desde pequeña, que el ritmo de los párrafos bien construidos me emocionara y que, siempre pero siempre, la realidad me pareciera la clase de ficción más fascinante. Había algo innato en el deseo de narrar, pero podría decir, palabras más o palabras menos, que todo aquello no parecía ser una pista certera para el futuro que podía elegir. Las historias revoloteaban frente a mis ojos, se posaban en mis hombros y pasaba tardes enteras tratando de comprender cómo ese autor o autora había elegido el orden correcto para exponer lo que tenía para compartir al mundo. Podría decir, incluso, que desconocía la fuerza del periodismo, que ignoraba el poder implacable de entrenar la mirada para descubrir ahí, donde nadie más parece ver, aquello que rasguña la superficie para salir a la luz.
Una mañana, mientras salía de cursar Medicina, me crucé con una publicidad que cambió radicalmente mi destino: la Universidad Abierta Interamericana ofrecía la carrera de Licenciatura en Periodismo. Ese encuentro fortuito hizo que se active el sensor de la curiosidad y, luego de una larga investigación, descubrí que todo lo que tenía internalizado como rutina tenía un sentido: hacer periodismo. La UAI fue cómplice de esa búsqueda continua de mi propia voz y de la reafirmación de mis propios valores como profesional. Hoy, casi cuatro años después, puedo corroborarlo a la hora de emprender mi propio camino, resignificando lo que sentí desde siempre junto con herramientas que me permitieron potenciar mi trabajo.
Una experiencia que me llenó de perspectivas nuevas fue mi reciente intercambio a Sevilla, España. Cursé el primer semestre del último año de la carrera en el Centro Universitario EUSA, adscrito a la Universidad de Sevilla, desde febrero a julio de este corriente año. Hablar de esa región de Andalucía es hacer hincapié en las casas bajas, los azulejos mostaza que revisten las fachadas, el olor a azahar que inunda los sentidos y las calles pequeñas que se ensanchan en la gran avenida que me dirigía hasta la facultad. Allí tenía un ritmo de trabajo bastante intenso: me la pasaba escribiendo, descubriendo nuevas formas de contar la realidad y adaptándome a los distintos métodos propuestos por los profesores.
Estudié cinco asignaturas que diversificaron mi caja de herramientas para poder darle voz a aquello que permanece en silencio. En Escritura Creativa leímos autoras argentinas, como Mariana Enríquez y Samanta Schewblin, discutimos las estructuras de sus cuentos y escribimos a partir de ejercicios que nos ayudaron a encontrar nuestra propia identidad; en Comunicación para el desarrollo social destacamos la importancia del periodismo para visibilizar las condiciones de vida de las personas, democratizar las sociedades y empoderar a las comunidades desde sus derechos; en Periodismo Deportivo recalcamos el valor de las historias, no hacía faltar saber sobre deporte, solo teníamos que encontrar una arista que nos permita narrar ese mundo y acentuar la pasión; en Innovación Tecnológica creamos un podcast desde cero, diseñamos a partir de nuevos programas y profundizamos el periodismo transmedia. Por último, en Técnicas para el Periodismo de Investigación abordamos diferentes tratamientos y procedimientos para enriquecer nuestro trabajo a la hora de indagar una temática.
La teoría dada en cada asignatura estuvo acompañada por prácticas, cubrimos un evento deportivo en Plaza España, asistimos a una muestra fotográfica de un fotoperiodista del diario El País, tuvimos entrevistas con diversas personalidades del ambiente periodístico y hasta nos sumergimos en la Fundación Samu para conocer el recorrido de los deportistas que vienen de Marruecos, Turquía y Egipto en busca de una mejor calidad de vida.
Sin dudas, el 2020 será un año recordado por todos. En marzo, tras un mes de mis clases presenciales en España, se declaró el confinamiento por la pandemia de COVID-19. Mi rutina se vio interrumpida y la virtualidad tomó lugar. Tuve la inmensa suerte de haber dado casi todos los contenidos importantes en el salón de clases, por lo que las videollamadas entre profesores eran solo para reforzar el contenido y aclarar dudas. Sin embargo, la situación sanitaria obligó a que muchos de mis compañeros extranjeros tuvieran que volver antes a sus respectivos países, lo que hizo que el océano de distancia con mis seres queridos se haga aún más presente debido a la incertidumbre.
Vivir parte de la pandemia en España fue un proceso espiralado. La soledad del encierro me hizo ser testigo de cómo mutaba todo de un día para el otro en un país que no era el mío. Desde mi ventana observaba lo que pasaba a mí alrededor, guardaba los detalles a los que antes no prestaba atención y me refugiaba en la calidez enorme de los sevillanos. Los profesores nos enviaban mensajes de aliento, desde un simple correo electrónico hasta una visita fugaz para saludarme desde la vereda del frente de mi piso antes de hacer sus compras esenciales. Al pasar los días, el barrio se convirtió en un lugar de encuentro desde nuestros balcones. Presencie cacerolazos y manifestaciones contra el rey de España, pero también risas y complicidades de ventana a ventana. Esas pequeñas escenas de la vida cotidiana hicieron que mi experiencia estudiando en el extranjero sea, a pesar de las circunstancias, un aprendizaje enorme que jamás hubiese encontrado en un salón de la universidad. Sevilla me recordó que nosotros no vamos a las historias, sino que las historias, irremediablemente, nos encuentran.
Para finalizar, me gustaría resaltar la formación académica y las oportunidades que recibí por parte de la UAI. Brinda conocimientos que nos permiten desenvolvernos académica y profesionalmente tanto en nuestro país, como en el extranjero. Si bien mi último cuatrimestre de la carrera lo estoy cursando de manera virtual y no es la despedida que hubiese deseado, contamos con los recursos necesarios para desarrollarnos de manera funcional.
En cuanto a mis objetivos profesionales, durante estos años tuve la posibilidad de desarrollar trabajos y proyectos curriculares que construyeron mi impronta como periodista. Me interesa poder contribuir de manera responsable con un periodismo humano que genere herramientas emancipatorias a la hora de contar historias. Pienso en la innovación periodística como un parámetro de transformación: ya no se trata de encontrar nuevas formas, sino de resignificar las que ya tenemos.
Hay múltiples maneras de abordar una historia, pero si no nos planteamos continuamente por qué hacemos lo que hacemos y, fundamentalmente, para quién, serán en vano los múltiples esfuerzos para narrar.
*Alumna de la Licenciatura en Periodismo – Sede Rosario