Plasma de convaleciente para el tratamiento del COVID-19
*Por Guillermo Weisburd
La epidemia de COVID-19 que nos preocupa desde hace al menos seis meses nos encuentra, hasta el momento, con muy escasas posibilidades de respuestas terapéuticas eficaces.
Se han utilizado diversos compuestos que van desde los antiinflamatorios, hasta antivirales nuevos como el remdesivir y otros ya conocidos, como el utilizado para tratar el HIV, y recientemente la dexametasona, un corticoide empleado en diferentes circunstancias. Lamentablemente ninguno ha demostrado ser lo esperado, pero lo que sí sabemos es que quienes se han recuperado de COVID-19 tienen anticuerpos en su sangre y se ha pensado que esas proteínas pueden ayudar a combatir la infección.
Podemos conferir inmunidad activa a través de una vacuna, esto es, un antígeno que estimule en el organismo la producción de anticuerpos en niveles suficientes y duraderos como para prevenir la infección y si eso no fuera posible, al menos disminuir su gravedad. En esto hay muchos grupos profesionales investigando en el mundo y la información que se conoce permite ser optimistas. Sin embargo, cuando se demuestre que esté disponible esa vacuna deberá asegurarse en la cantidad necesaria y con costos accesibles a todo el universo social.
Además de la inmunidad activa existe otra forma más rápida, pero menos duradera, de conferir inmunidad pasiva y que es utilizando anticuerpos ya fabricados por otro organismo, como son los extraídos de pacientes curados. Pueden ser obtenidos a partir de seres humanos que hayan padecido la enfermedad, y tengan anticuerpos suficientes, o a partir de animales a quienes se estimula para que los produzcan como es el caso de los sueros antitetánicos que se empleaban antes de las gamma globulinas, o el suero antiofídico que se sigue aplicando cuando ocurre una mordedura de víbora.
Actualmente se está investigando el plasma de convaleciente como posible tratamiento para la enfermedad por COVID‐19 en Argentina y en otros lugares del mundo. En nuestro país y en esta región en particular, tenemos el antecedente de la Fiebre Hemorrágica Argentina (FHA) que se conoció en la década del ´50 en el noroeste de la Provincia de Buenos Aires con una mortalidad que, en esos años, era muy alta: entre 19 y 50%. Con las medidas de prevención – uso de botas, lavado de manos, evitar contacto con secreción de los roedores – más la consulta precoz se redujo drásticamente la cantidad de pacientes fallecidos.
A partir de 1965 el Dr. Julio Maiztegui crea el Centro de Estudios para Fiebre Hemorrágica en Pergamino, donde se empezó a utilizar el plasma de convaleciente, llevando la tasa la mortalidad al 1%. Gracias a sus investigaciones, junto a la Dra. Marta Sabattini y Julio Barrera Oro, desarrollarían la vacuna llamada CANDID1. Su eficacia y seguridad fue comprobada mediante un convenio firmado entre el Ministerio de Salud de la Provincia de Santa Fe y su homólogo nacional, permitiendo su inoculación en voluntarios de 41 localidades del sur de Santa Fe entre 1988 y 1990.
Desde entonces existe una vacuna para la FHA que hoy está incluida en el Plan de Inmunizaciones, y también se ha estandarizado el uso de plasma de convaleciente como tratamiento eficaz siempre que se utilice en forma precoz. Si bien todavía no hay evidencia suficiente para indicar plasma de convaleciente como terapéutica electiva en COVID-19, la falta de otras alternativas y lo narrado previamente, nos permite ser optimistas con esta línea de trabajo y sobre todo con muy bajo riesgo.
*Doctor en Medicina - Director de la carrera de Medicina de la Universidad Abierta Interamericana.