
Trastornos de la conducta alimentaria: una mirada desde la nutrición, la empatía y la interdisciplinariedad
Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son mucho más que un problema con la comida. Desde la mirada clínica, y también desde la experiencia cotidiana en el consultorio, se revelan como trastornos mentales complejos que expresan un profundo malestar con el cuerpo, la imagen personal y una búsqueda desesperada de control. “Hoy más que nunca es urgente hablar de ellos, porque afectan cada vez a más adolescentes y jóvenes, y pueden tener consecuencias devastadoras si no se detectan y abordan a tiempo”, afirma Cintia Vaticano, licenciada en Nutrición.
Una de las causas que más inciden en la aparición de los TCA son los estándares de belleza impuestos socialmente, muchas veces naturalizados y reforzados por redes sociales y medios de comunicación. “Los ideales estéticos actuales, marcados por la delgadez extrema, tienen un impacto directo en la salud mental. Muchas personas interiorizan estos modelos como metas, desarrollando una insatisfacción crónica con su cuerpo”, señala.
Frente a este panorama, identificar las señales tempranas se vuelve clave. “Evitar comidas, la dismorfia corporal, baja autoestima, aislamiento, problemas para socializar con sus pares, miedo a comer en público, cambios bruscos de peso o un discurso constante sobre el cuerpo o las calorías son señales de alarma que no deben pasarse por alto. A veces se minimizan como ‘hábitos saludables’, pero pueden esconder un trastorno en desarrollo”, remarcó Cintia, quien también es licenciada en enfermería, profesora universitaria.
El rol de las redes sociales en este contexto no es menor. Sobre eso, la docente de la UAI dice: “La sobreexposición a contenido no regulado puede inducir a conductas peligrosas: dietas extremas, uso de laxantes, miedo irracional a ciertos alimentos. Esta desinformación alimenta una cultura de la dieta que trivializa la salud y promueve comportamientos obsesivos”.
En este punto, el trabajo del nutricionista trasciende la elaboración de planes alimentarios. “Tengo la responsabilidad de educar sin juzgar, detectar signos de alerta y ofrecer un acompañamiento compasivo. No se trata solo de ‘enseñar a comer’, sino de ayudar a reconstruir una relación sana con la comida”, explicó.
Una de las principales causas de los TCA es la alimentación restrictiva, muchas veces presentada como saludable. “He podido constatar que la mayoría de los TCA empiezan con una dieta. La restricción rígida, motivada por la estética, rompe el equilibrio fisiológico y emocional, generando atracones, ansiedad y culpa. Es un círculo vicioso que suele pasar desapercibido hasta que se convierte en un trastorno grave”, agrega.
El miedo a engordar, reforzado por creencias culturales, también tiene un impacto profundo. Sobre esto, Vaticano dice que “este miedo paraliza, restringe y transforma la alimentación en una fuente de angustia. Muchas personas eligen alimentos no por nutrición, sino por evitar calorías. Nosotros tenemos que salir a desmitificar a diario en las consultas”. Luego agrega: “Esta visión reduccionista lleva a confundir salud con restricción. Una alimentación saludable también debe ser suficiente, variada y placentera. Si no, se termina promoviendo una relación muy conflictiva con la comida”.
Frente a todo esto, la educación alimentaria tiene el enorme desafío de derribar mitos y ofrecer una mirada más inclusiva. “Uno de los mayores desafíos es romper con la idea de que salud es sinónimo de delgadez. En un mundo que venera la estética, educar espara aceptar la diversidad corporal es un acto profundamente transformador”.
La docente, también comenta que “Imponer planes rígidos, centrarse solo en el peso o no considerar el contexto emocional son errores frecuentes. Para evitarlos, es esencial personalizar el tratamiento, validar al paciente y colaborar con el equipo terapéutico”.
Y es justamente en este punto donde se destaca el valor del trabajo interdisciplinario. “No hay tratamiento efectivo sin un enfoque interdisciplinario. Los TCA afectan cuerpo, mente y entorno social. Solo con el aporte coordinado de psicólogos, médicos y nutricionistas podemos acompañar realmente a la persona, desde la escucha empática y el respeto a su proceso”, dice Cintia.
Para cerrar, la autora de esta reflexión concluye con una mirada profundamente humana: “Como profesional de la salud, comprendo que el abordaje de los trastornos de la conducta alimentaria va mucho más allá de lo nutricional. Implica adentrarse en experiencias de sufrimiento profundo, donde el cuerpo y la alimentación se convierten en lenguajes del malestar emocional. Cada persona que llega a consulta lo hace con una historia única, marcada por presiones sociales, exigencias internas y, muchas veces, por vínculos rotos con su propia corporalidad. Desde mi rol, apuesto por una nutrición que no impone, sino que guía; que no juzga, sino que comprende; y que contribuye a restaurar una relación sana y compasiva con la comida, con el cuerpo y con uno mismo, a través del respeto, la sapiencia, dignidad, coherencia y humanidad”.