La grieta o el fracaso de la cooperación
El Dr. Daniel Airasca, director de la licenciatura en Kinesiología y la licenciatura en Educación Física, analiza las implicancias del concepto "grieta", y el imperativo de la cooperación con el otro. El sitio de noticias Inforosario reproduce integramente su reflexión.
Grieta del participio pasivo latino crepare devino en crujir y hoy da cuenta del crujido que produce la fricción entre conflictos y dilemas irresolubles. Y aunque la grieta nos llene de ansiedad y nos parezca novedosa, es la sazón de toda cultura. Esta disonancia cognitiva (así se llama en psicología) es la característica esencial en toda cultura que nos fuerza a pensar, criticar, reevaluar y evolucionar. Todo orden creado por el hombre (que nunca es biológico ni lógico) está repleto de contradicciones internas y el intento (el crujido o grieta) por reconciliar estas contradicciones impulsa el cambio.
Evidentemente la sociedad moderna globalizada está produciendo individuos proclives a reducir las tensiones a la que dan lugar las diferencias, sean de índole política, social, religiosa o erótica. La afirmación todos somos básicamente iguales expresa una visión del mundo que busca la neutralidad. El objetivo es aliviar la frustración y el sufrimiento que produce la disonancia y la contradicción. Domesticar la diferencia. Ora con fármacos y alcohol si es interna, ora cambiándola o aniquilándola si es externa.
El deseo de aliviar la tensión que genera el distinto y el rechazo a la incertidumbre promueve el control. Y aunque la consistencia es el campo de juego de las mentes obtusas la tendencia es combatir al diferente para que todo permanezca homogéneo. Y así la compulsiva porfía por el control convierte a la vida en una lucha. Vivimos en una actitud beligerante que nos dispone en una suerte de enfrentamiento perpetuo contra circunstancias (el consumo de grasas trans y azucares), emociones (estrés), ideas (comunismo o capitalismo), creencias (gorilas o populistas), obstáculos (inseguridad, contaminación) y lo que es peor contra otros. Es la cultura de la competencia, de la exclusión, descalificadora de todo lo distinto, de la aniquilación del diferente.
Esta concepción de la vida como dualismo, precaria y maniquea propone sesgar y dividir en dos: malo y bueno, blanco y negro, rico y pobre, hombre y mujer. No obstante la consecuencia más grave de la existencia del versus, es que entre otras cosas aniquila la conciencia de responsabilidad. Todo se justifica porque el Otro es mi enemigo. No hay responsabilidad, solo culpa y la tiene el otro. Entonces vale depredar, violar, arrasar porque soy el bien y la presencia del mal es la culpable. Luego nos desalienta, no solo a comprender que el uno le da existencia al otro, así como la luz a la sombra, sino que torna ajeno el impulso a cooperar con el Otro. Nos impide comprender que lo distinto es parte de una totalidad más vasta.
Operar con el otro, puede definirse como el intercambio en el cual los participantes obtienen beneficios del encuentro. Se pueden dar de muchas maneras, pero la alternativa más deseable es exigente y difícil: trata de reunir personas con intereses distintos o incluso en conflicto o que no se caen bien, que son desiguales o que sencillamente no se entienden. Es el ejercicio de la cooperación rigurosa.
Concebir al otro como parte necesaria de mi existencia, no es una simple declaración de principios, es un indicador de evolución, es una condición de supervivencia. Debemos hacer de nuestras diferencias elementos de aprendizaje y de suma. Vivir con otros y no contra otros es un ejercicio cotidiano, constante y consciente de responsabilidad, es el arte de armonizar las diferencias. Es el arte de “operar con” (cooperar) el Otro, arte que se aprende.