La periodista que se fue a escribir crónicas de Asia y quedó atrapada en una remota ciudad de India

El periodista Jorge Salum entrevistó, para el diario La Capital, a "Kiki" Zemeñuk, a partir de su viaje a la India y la infortunada situación vivida a partir del cierre de fronteras producto de la pandemia por el coronavirus. 

 

Kiki Zemeñuk iniciaba en ese país un recorrido de dos años. El cierre de las fronteras y de cualquier forma de transporte le impidió salir. Pasa sus días en casa de un amigo.

 

“Estás a salvo”. Kiki Zemeñuk escucha la frase y por un momento todos sus temores entran en pausa. Farida se la dice en inglés (“You are safe, don’t worry”), aunque el idioma de la mujer es el hindi. En Lucknow pocos hablan el idioma global y Farida no es la excepción: probablemente esa es una de las pocas expresiones que aprendió de Masood, su hijo menor.

Zemeñuk está atrapada en la ciudad de Lucknow, en Uttar Pradesh. Eso es el interior profundo de India. Viajó hasta allí para visitar a su amigo Masood e iniciar un recorrido por varios países de Asia. La decisión del gobierno de ese país de cerrar sus fronteras y todos los sistemas de transporte por la pandemia del coronavirus la dejó varada. No sabe cuándo podrá regresar a Rosario, ni cómo. Está desolada.

Aunque se siente contenida por la familia de Masood, hay algo que la inquieta más que la lejanía y la incertidumbre sobre su salida de ese país ajeno y lejano: allí, en India, la gente culpa abiertamente a los extranjeros de haber introducido el virus dentro de sus fronteras. En los negocios no quieren venderles comida y Kiki conoce casos de agresión física a un forastero por su condición de tal. “Yo tengo suerte: desde el 24 de marzo no salgo de la casa de Masood y eso es una ventaja. Estoy protegida”, cuenta.

– You are safe, don’t worry–, le repite Farida cada tanto.

Kiki tiene 24 años. Nació en General Pinedo, un pequeño pueblo del sureste de Chaco, lejos de todo. En 2014, cuando tenía 18, se mudó a Rosario. Estudió periodismo y diseño gráfico en la Universidad Abierta Interamericana. Mientras tanto, fue madurando un proyecto: quería viajar y contarlo.

En 2017 se fue a trabajar en una favela de Brasil. Cuando regresó ganó una beca y se fue a Europa. Al año siguiente su destino fue Egipto y en 2019, Colombia. Dice que en cada sitio aprendió algo. Que viajó en aviones, trenes y colectivos. Que conoció gente increíble. Que aprendió y disfrutó de cosas de cada lugar. Y que cada viaje alimentó la necesidad de otro.

Masood, Kiki, Farida y la hermana de su amigo, antes de la cuarentena.
Masood, Kiki, Farida y la hermana de su amigo, antes de la cuarentena.

Sus aventuras tenían un sentido: escribir crónicas y contar sus experiencias en lugares distintos al suyo. Para eso creó un blog, que se llama Shot de Viajes, donde ya hay unas cuentas muestras de su objetivo.

El 17 de febrero de 2020 emprendió el último viaje. Salió desde Rosario y terminó en India. Tenía un plan: empezar allí y recorrer varios países de Asia. Su plan era ver muchos países, interactuar don distintas culturas y conocer infinidad de historias. Y escribir mucho.

Antes de salir se contactó con Masood, a quien había conocido en Egipto en 2018. Su amigo no le dejó opción:

– Tenés que venir a Lucknow. Tenés que conocer mi casa.

No le costó nada cumplir con ese deseo, porque era mutuo. Tenía información sobre India, había leído respecto de lugares como Nueva Dheli y Agra, pero sólo sabía de Lucknow por lo que Masood le contó en Maadi, la ciudad egipcia cercana a El Cairo donde se conocieron hace dos años. Era un buen lugar para iniciar su aventura asiática, así que allí fue después de recorrer previamente otros lugares.

“Era una visita que duraría cuatro días y ya lleva seis semanas”, cuenta a La Capital vía WhatsApp. Es que el avance del coronavirus cambió todo a una velocidad inusitada. Los primeros dos días todo fue bien, Kiki y Masood recorrieron lugares de interés de Lucknow (“Es una ciudad con una gran mezquita y una arquitectura increíble”) y el plan parecía ir sobre ruedas. Pero al día siguiente cerraron las escuelas, 24 horas más tarde dejaron de funcionar los shoppings y al tercero tampoco se podía ya ingresar ya a sitios de interés turístico.

Algunos estados de India comenzaron a expulsar a los turistas. “Me dio mucho miedo y me di cuenta que vendrían días difíciles”, recuerda. El 24 de marzo el primer ministro Narendra Modi anunció el cierre total del país, el aislamiento obligatorio para toda la población y la suspensión de todo sistema de transporte. Pero lo hizo tres horas antes de que la medida entrara en vigencia y eso la dejó sin margen para intentar volver a la Argentina. Lo mismo le pasó a más de trescientos argentinos y a un número indeterminado de extranjeros. Por suerte para ella, al menos tenía dónde quedarse.

En la embajada argentina le recomendaron que no continuara el viaje por Nepal y otros países, y que esperara. El seguro médico que tenía contratado le avisó que no cubriría gastos por coronavirus. La visa se le vencía estos días. Los problemas se acumulaban. Su única contención era, y sigue siendo, la familia de Masood:

– You are safe, don’t worry.

Pronto empezó a enterarse de situaciones difíciles por las que están pasando los extranjeros, episodios que ella pudo evitar gracias a la familia que la aloja. “La gente nos culpa de haber traído el virus a India, de haber metido el problema en el país”, cuenta con más angustia que al principio de su relato. Y añade: “Yo nunca salí a la calle en todo este tiempo, así que no lo viví”. Allí, entre cuatro paredes, se enteró de casos en los que personas de otros países incluso fueron agredidos físicamente.

Dice que afuera, en las calles, los extranjeros corren mucho riesgo de ser discriminados. También que sabe de casos de argentinos que se están quedando sin dinero. “Salir es peligroso, la policía no habla más que el idioma local y es muy complicado hacerse entender con ellos, es difícil explicar hasta algo tan elemental como que uno va a comprar comida. Todo es así, es imposible no sentir miedo en estas condiciones”.

Aunque la embajada argentina los está ayudando, en la medida en que la estadía obligada se prolongue todo se hará más complejo. “Incluso si hubiese vuelos, sé de gente que ya no podría pagarlos”, cuenta. Y cita, de pronto, una extraña pirueta del destino: el embajador argentino en India está varado en Buenos Aires y no puede regresar al país donde debe cuidar de sus compatriotas.

Pero hay un fantasma que la atemoriza un poco más:

– ¿Qué pasará el día que India reabra sus fronteras?

–Cuando eso ocurra nos van a expulsar y no sé cómo haremos para irnos.

Mientras blanquea sus temores y no deja de preguntarse cómo saldrá de la situación en la que está atrapada, agradece una y otra vez a Masood y su generosa familia. “Me cuidaron desde el primer día, me tratan como a uno de ellos y me dicen que todo saldrá bien”, afirma. En un mes casi se acostumbró a sus rutinas: a sus comidas, a la convivencia con los padres y una de las hermanas de su amigo, a los rezos del Corán. “En estos días empieza el Ramadán. Esa será otra experiencia inesperada para mí, vivir eso en el seno de una familia de musulmanes”, dice a mitad de camino entre el entusiasmo y la desazón por su delicada situación.

Preocupada aunque lo disimule y ansiosa pese a que nunca mencione la palabra, describe por último el panorama de la pandemia en India. “Hay unos 20 mil casos en todo el país, pero no se están haciendo todos los testeos que querrían”. Al menos en Lucknow los hospitales no están colapsados y por ahora la curva de contagios se mantiene plana. A esta chaqueña devenida en rosarina, sin embargo, sólo le importa salir de aquel país lejano y volver al suyo.