La mirada global de Francisco: coherencia y carácter programático

Sin dudas el pontificado de Francisco va a pasar a la historia como un fenómeno único, comparable a los grandes pontificados del siglo XX, y seguramente podrá mirarse su desempeño, como el de uno de los obispos de Roma más queridos a nivel mundial, y más carismáticos, con declaraciones y gestos de alto contenido simbólico, de esperanza y optimismo, a pesar de las crisis, a pesar de la situación del mundo.

En ese sentido, y en muchos otros, la elección de Francisco como Papa supone una agradable sorpresa, como lo ha analizado Andrea Riccardi en un hermoso trabajo, a lo que debemos agregarle que además, es el primer Pontífice del Tercer Mundo, latinoamericano y jesuita, identificado con la Teología del Pueblo y la piedad popular.

Pero a veces llama la atención “la sorpresa” que muchos analistas tienen cuando se publican las exhortaciones apostólicas o las encíclicas de Francisco, y se lee en detalle su mirada socio-política, tan crítica y profunda. Más aún, sorprende que se hable de “revolución” o quiebre en la política de la Iglesia, por el hecho de expresarse en los términos que lo hacen sus documentos, cuando en realidad, reitero, en materia política y social, los documentos de la CELAM ya expresaban esos diagnósticos y ese prisma.

Un aspecto sorpresivo, si se quiere, puede ser el perfil de su carisma, la austeridad de su gestión, la transversalidad de su política, la relevancia de sus innumerables gestos, o de su notable ecumenismo. Pero en cuanto al diagnóstico económico y social del mundo, y la región, lo que incluye su visión política y cultural, hay una clara evidencia de continuidad con el Episcopado Latinoamericano, en desmedro del supuesto “quiebre” o carácter revolucionario que pretende mostrarse, lo que de ningún modo implica quitarle valor a su pontificado, todo lo contrario, lo muestra, como ya hemos dicho, coherente y programático.

Observemos por ejemplo en el Documento de Puebla, en la sección referida a los “aspectos culturales” de América Latina, cuando se hace referencia a “la angustia” que surge de la inversión de valores, las consideraciones que se tiene sobre el “materialismo individualista”, al cual se lo llama el “valor supremo de muchos hombres”. O cuando se habla del “consumismo”, que con su ambición descontrolada de “tener más”, ahoga al hombre en un “inmanentismo que lo cierra a las virtudes evangélicas del desprendimiento y de la austeridad, paralizándolo para la comunicación solidaria y la participación fraterna”. ¿No parecen palabras textuales de las dos encíclicas, Laudato Si y Fratelli Tutti?

O cuando a continuación, en el mismo Documento de Puebla, se apunta que existen fenómenos de deformación y despersonalización, “debido a la manipulación de grupos minoritarios de poder que tratan de asegurar sus intereses e inculcar sus ideologías”.

Jorge Aldo Benedetti explicaba hace unos años que el Papa “ha venido expresando una idea orgánica, tanto de su pensamiento como del conjunto de la acción evangelizadora que la Iglesia tiene que desarrollar”. Incluso hace referencia Benedetti a la elección misma del nombre Francisco, “lo que constituye un signo de su pontificado, sustentado en la pobreza, la paz y la tarea misionera para reparar la Iglesia”. Para el autor, la fuerte vinculación de Francisco no sólo es con los últimos pontífices, desde Juan XXIII hasta Benedicto XVI, sino que se observa en “su coherencia con la letra y el espíritu del Concilio Vaticano II”, así como con el pensamiento magisterial de la Iglesia.

Como bien nos dice Benedetti, que el mensaje de Francisco es “programático”, así como también lo han sido las primeras cartas encíclicas de los últimos pontífices. Toma a colación de esto, un ejemplo con el que nosotros ya hemos ilustrado la continuidad y coherencia de Francisco en otros trabajos de este espacio, y es particularmente el concepto de “los descartables”, concepto que tan presente se encuentra en Laudato Si, y que ya se observa en la centralidad del Documento de Aparecida, donde Jorge Mario Bergoglio tuvo un rol central.

Desde esas definiciones, se puede observar como Francisco da cuenta de la situación de los niños sin hogar ni educación, de aquellos hombres que sufren el trabajo esclavo, o las mujeres sometidas al trabajo sexual, y que no están comprendidos en las políticas cotidianas, ingresando a la nebulosa social del “descarte”, tan propio de los tiempos presentes.

Observemos por ejemplo el Documento de Puebla, producto de la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, desarrollada en 1979 en México. Si se analiza la primera parte del documento, donde se elabora una visión histórica de la realidad latinoamericana, acompañada de una visión socio-cultural, podemos ver que no difiere mucho de los diagnósticos que la CELAM elaborara a lo largo de los años, y que las mismas se integran en la conferencia defintitiva de Aparecida, en Brasil, a la cual referíamos anteriormente.

En Puebla, se identifican varias líneas de trabajo y reflexión a las que Francisco impondrá continuidad, o que incluso profundizará, desde los aspectos pastorales, hasta las visiones sobre la dignidad humana, elementos tan sensibles y determinantes para realizar cualquier exégesis de su palabra y de su acción como Pontífice, tanto de su horizonte de seguir en el camino de una Iglesia plenamente misionera, hasta la mirada especial sobre los pobres, asi como la expectativa central por los jóvenes. Todo ello está presente en Puebla, de manera explícita, y se continúa, profundiza y complejiza en Aparecida.

Asimismo, gran parte de los conceptos centrales de Laudato Si, así como de Fratelli Tutti, están claramente expresados en los trabajos, homilías y conferencias de Bergoglio antes de su pontificado, desde la rehabilitación de la política, hasta la crítica al liberalismo consumista. Es decir, que la coherencia y la continuidad de ideas y ejes de trabajo de

Francisco, están dados no sólo para con la doctrina social de la Iglesia, sino que también en su propio desempeño como primado de la Argentina, y con la visión conjunta del Episcopado Argentino.

Desde que comenzó su ministerio petrino, Francisco ya nos aclaraba que se iniciaba un proceso donde intentaría expresar una visión programática. En el primer gran documento propio como Sumo Pontífice, la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, nos decía: “Destaco que lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes”. Y por supuesto, como ya hemos dicho, sin quitarle un ápice de su pontificado en muchos aspectos inédito, los ejes de la mirada socio-política están presentes desde hace muchos años, en su pensamiento, en la Iglesia latinoamericana, y por qué no en San Pedro.

Dr. Fabián Lavallén Ranea
Doctor en Ciencia Política (USAL). Lic. en Historia y Lic. En Relaciones Internacionales
Especialista en Sociología de la Cultura
Director de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UAI – Rosario)