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“El pájaro dualista”: entre la libertad de expresión y los peligros de sus excesos
Por la Lic. Jéssica Ferradas. Directora Carrera de Licenciatura en Periodismo de la UAI, en el #diainternacionaldelostuiteros
Cuando alguien me pregunta acerca de Twitter, mi respuesta no es ambigua ni compleja. Es dual. Con esta red, me ocurre lo mismo que en otros espacios sociales desde los cuales no puedo dejar de contemplar ese Yin y Yang, ese lado A y B, o su importancia y su peligro como parte de una misma historia.
Desde la mirada feliz, Twitter significa la subida al escenario público de los comunes, o desde una explicación más exhaustiva: una verdadera posibilidad de expresión para la opinión pública. La tribuna popular de la red se enmarca en su capacidad de dar voz y voto a aquellos que tienen algo para decir. De ahí que se celebre y se distinga a los medios sociales como verdaderos espacios abiertos y generosos que permiten a sus comunidades tomar la palabra, hacer discurso y generar efectos. En estos terrenos la audiencia llana y anónima construye su identidad, propone su ideología y nace o muere en función de su creación. Cuenta con la oportunidad de participar, de crear y contestar, acciones poco contempladas en los medios tradicionales. Justamente, cuando éstos le reservaban solo el mediocre lugar del escucha, las redes garantizaron la apertura de tribus con códigos propios, formas de comportamiento e identidades particulares.
Todos recordaremos por siempre el enorme poder de la red del pajarito en la instalación de temas, en la construcción de hashtags y en ese lado paralelo que suele gestarse con el comentario, la ironía y la contestación inmediata frente a los discursos de la pantalla tradicional, tan cuadrada y cerrada como su misma fisonomía.
Los comentarios ante los premios, eventos, declaraciones, junto a los memes, las campañas, las alegrías y los disgustos, son mucho más que las reacciones públicas frente a los contenidos e informaciones. Conforman la otra pantalla que mucha veces se lleva por encima a la que se cree suprema.
El lado bueno de Twitter es esto. Es permitir que la patria tuitera diga de manera creativa y sugerente aquello que no podía decirse y mucho menos publicarse. Es el lado inteligente del humor, el brote entretenido, el descaro de la virtualidad, y quizá, hasta la careta menos careta de todas.
Con sus 140 caracteres, luego con sus imágenes y ahora con sus hilos y sus audios, el pájaro levanta vuelo y escandaliza, demuestra poder y hasta siembra noticias. El Mee Too, la noche de los paraguas, el día que salimos a la calle, entre otros movimientos sociales, fueron tópicos instalados desde la red y también demostraciones concretas de ciudadanías organizadas y con palabra propia.
La mejor cara de la red social se enmarca en su capacidad rápida, sintética y directa de dejarnos decir lo que se quiera y entregarnos -de cierta forma- la ilusión de una posible libertad e independencia que vence cualquier deseo y toda lógica racional que lo cuestione.
Por otra parte, en su lado oscuro y tenebroso, el pajarito libertario puede transformarse en un ave de rapiña, astuta y perversa, tan real como la maldad y la manipulación. En este terreno abundan las campañas nefastas, los ejércitos de trolls y bots disfrazados de personas que informan verdades, piensan situaciones y reaccionan frente al discurso enemigo. Es el espacio de las “operetas” y las miserias y oportunidades más banales y perturbadoras que se instalan bajo la protección de la libertad y con el amparo de la identidad ficticia.
Y entonces por acá nos encontramos con personajes turbios, discursos lastimosos, posiciones intolerantes, bajezas de las más bajas y ataques de los más duros. En la libertad del decir se dice mucha porquería, se obliga a callar para no ser atacado, a esconderse de la libertad para perder la batalla discursiva o evitar ser parte de un ataque injurioso que instala temas, acusaciones, mentiras y basura con la impunidad que otorga un actuar sin reglas.
La libertad de expresión no siempre es libre ni verdadera. Ni expresa lo que realmente siente o piensa. Tampoco es gratuita y mucho menos anónima. En este lado reventado del pajarito, la patria tuitera deja de ser la tribu divertida y brillante que opina a destajo para convertirse en un algoritmo u objeto de venta que otros facturan en su nombre y en propia cara como mercaderes estrategas de un mercado inescrupuloso.
Con el A y el B, con el Yin y el Yang, con todo lo bueno y lo terrible, lo generoso y lo preocupante, Twitter es el medio que mejor comprende al contexto circundante, con sus integrantes y sus deseos, y junto a ellos, sus ilusiones, su realidad y tiempo.
El origen
Algunos dicen que fue el 12 de marzo del 2006, otros el 14, como todo en esta red, es discutible y conflictivo. Lo concreto es que en esa semana de marzo, el creador del pajarito lanzó su primer tuit y así dio inicio al notable vuelo de una plataforma que no deja de crecer.
Twitter, conocida como la red social de los 140 caracteres, apareció a principio de siglo como un emblema más de lo que significaría un cambio rotundo en el paradigma comunicacional. En pleno desarrollo y experimentación de plataformas, y por ende, bajo una nueva realidad de distribución del contenido, un desarrollador de 30 años, llamado Jack Dorsey, tuiteó algo básico sin demasiada expectativa, y en ese accionar generó una revolución en el crecimiento del consumo digital y un nuevo papel social para todos aquellos que tenían algo que decir y ahora ganaban un terreno virtual para exponerlo.
En poco tiempo, la red conformó su patria tuitera, compuesta en su mayoría por comunicadores, adictos al mundo online, al marketing junto a otros públicos selectos.
Nos faltaba aún mucho conocimiento sobre el efecto y la fortaleza que las redes sociales nos guardarían para el futuro. Eran pocos los privilegiados que en los inicios disfrutaron de un espacio abierto al debate, al humor, al sentido crítico y a la información inmediata.
Desarrollo
Los usuarios, a través de la interacción con el mundo externo e interno de la red, instalaron un nuevo lenguaje, una forma alternativa de opinión y sobre todo una manera abierta (aunque limitada en 140 caracteres) para decir y contestar.
Esas ventajas, sumadas a la necesidad que siempre tiene la opinión pública de ser justamente pública y amplia, generó que en un breve plazo de tiempo, la red del pajarito se convierta en la tribuna diaria, la segunda pantalla, el lugar creado para encontrarse y tener voz -y por qué no- la propia audiencia.
Como tal, y a diferencia de otras redes que ya existían y también abrían sus espacios a la libertad de expresión, Twitter construyó una especie muy particular de líderes y seguidores. Estar ahí, saber decir y entender el juego conformaron la tríada ideal para convertirse en gurúes de la red, constructores de opinión y -por supuesto- negociadores de poder.
La patria tuitera colocó en la cima a sus oradores predilectos (tanto desde el amor como desde el odio) y, de pronto, para sorpresa de muchos, los líderes de opinión demostraron sus fortalezas desde la concentración de seguidores, la construcción de su comunidad, y la sabiduría de gestionar un negocio.
Mientras los medios tradicionales miraban con desgano la explosión de la red, el social media avanzaba cada vez más y los iba corriendo del mercado. La década de las pantallas nacía con toda su fuerza, cambiaba todo lo que había, arrasaba con las estructuras y amplificaba los dónde y los cuándo.
De la torta publicitaria histórica solo quedó un recuerdo. La demanda ahora dejó de ser pasiva y comenzó a diversificarse, a construirse una identidad, competir, pelear y hasta ganar un podio propio a través de cualquier producción, mensaje o campaña.
El uso del hashtag, la primicia y esos limitantes 140 caracteres fueron la fórmula de la Coca Cola para el mundo en red. Como era de esperar en tiempos de apuros y empujones, el servicio al usuario enterarse primero y de forma breve. Lo ideal para estos tiempos acelerados, móviles, disruptivos y complejos.
Twitter entendió la importancia de la comunicación participativa, con todo lo que tiene de bueno y también aceptando su opuesto. Bajo la fantasía del usuario libre que opina de manera abierta y gratuita dejó en evidencia la decadencia de un modelo mediático atento a producir, emitir y cobrar por el servicio o las consecuencias.
La red social del pajarito, a través de sus banderas -rapidez, brevedad y síntesis- enmarcó un nuevo negocio, se adaptó a la competencia y salió a pelear con sus mejores armas. Hoy a 15 años de su existencia, Twitter sigue volando hacia arriba, así como sus 3.460 millones de dólares registrados en su último balance. Nada mal para un grupo de chicos programadores que soñaban con hacer podcast.