Formación y rol psicopedagógico en contexto pandémico

Por Nicolás De Cerchio*

Estas líneas se orientan hacia la reflexión acerca de nuestra práctica profesional como psicopedagogos/as una vez finalizado el tramo de residencias correspondiente a la culminación de la Licenciatura en Psicopedagogía durante el 2020.

Ante todo, es imperioso destacar el grandísimo valor que adquiere haber continuado y concluido la formación profesional con un nivel superlativo de compromiso y dedicación, tanto del equipo docente de la Facultad de Ciencias de la Educación y Psicopedagogía, y la comunidad educativa en general, como de las compañeras estudiantes, a pesar de todas las dificultades surgidas a raíz de la situación completamente novedosa y particular impuesta por la pandemia mundial causada por el COVID-19.

De cualquier modo, me tomo el atrevimiento de comentar que en el último año de cursado han calado sobre mí, una serie de cuestionamientos acerca de la especificidad de los y las psicopedagogas, sobre todo, en lo que respecta a la “práctica real”. ¿Cuál es la especificidad de la psicopedagogía en el campo de acción/intervención? ¿Existe un lugar definido para ello o tenemos que construirlo nosotros/as? ¿Acompaña el sistema (político-económico-educativo-sanitario) al desarrollo y definición de nuestra profesión?

Entendiendo a la psicopedagogía como un campo de intervención, y apelando a que coincidimos en este sentido, la misma se ocupa no sólo de las dificultades de aprendizaje en el sentido clínico-preventivo, sino también de la intervención posible sobre el aprendizaje “típico”. Es decir, la psicopedagogía es mucho más amplia que la cuestión patológica en primer lugar.

Para dar respuesta a lo mencionado, Castorina (2016) advierte que los y las psicopedagogas tenemos que recurrir a disciplinas diversas. De este modo, la psicopedagogía no tiene un objeto teórico al que se refiere, como sería el caso de una ciencia básica, tal como la Psicología o la Fonoaudiología, sino que se ocupa de producir intervenciones para mejorar el aprendizaje, la calidad del mismo o para producir modificaciones en estructuras psicopatológicas que se juegan en el aprendizaje de los sujetos y las sujetas, con todo lo que ello implica.

Asimismo, creo que existen ciertos obstáculos epistemológicos a partir de la dificultad que se presenta a la hora de utilizar esos campos de conocimiento. A propósito, el autor antes mencionado observa a la psicopedagogía, muchas veces, como una adjudicación de disciplinas y no como un área autónoma de problemas a los cuales se pueden seleccionar y proponer desafíos singulares.

Es así como siento que los y las psicopedagogas, frecuentemente, nos confundimos… por momentos nos creemos psicólogos/as, por momentos educadores/as, por momentos psicoanalistas, por otros docentes especiales. Pero no somos ni una cosa ni la otra. El asunto radica en definir problemas que le son propios a la psicopedagogía. Insisto, ¿cuál es la especificidad de la psicopedagogía? ¿Existe? De no ser así, ¿cómo es posible establecer un encuadre? En alusión a esto, Lucero (1994) reconoce la necesidad de reparar lugares profesionales donde no se respeta el objeto y objetivo de trabajo, “descolgándonos” con roles que no nos corresponden.

Lo que intento plantear es que me ocupa la sensación de una cierta crisis en cuanto a nuestra identidad profesional, y lo dejo en suspenso, como interrogante, más aún luego de haber finalizado recientemente la formación profesional y en relación con las residencias psicopedagógicas llevadas a cabo de forma virtual a causa de la situación ya conocida y las consecuentes medidas de aislamiento social, preventivo y obligatorio; donde nuestras prácticas rondaron, sobre todo, en el análisis de casos problema (generalmente de aplicaciones diagnósticas) en lo que respecta al ámbito clínico, y adecuaciones curriculares por el lado del institucional educativo (en mi opinión, tarea que compete, por especificidad, a docentes).

La experiencia ha dejado al descubierto la gran necesidad de profundizar en el área de tratamiento clínico a lo largo de la carrera y, por otro lado, encontrar, establecer y desarrollar un lugar más acorde a nuestras competencias dentro del ámbito educativo que, como mencioné, no creo que sea el de circunscribirnos a realizar adecuaciones curriculares o auspiciar de “docentes especiales”. Dicha realidad, además, nos invita a pensar acerca de diferentes posturas teóricas, paradigmas, miradas, saberes y sentires que orientarán nuestro posicionamiento y ejercicio profesional.

Creo y siento, que lo trabajado hasta el momento, sin dejar de marcar la fuerte influencia del contexto pandémico, resultó ser una aplicación de técnicas normativas. A su vez, pienso necesario y de suma importancia, a partir de la situación actual, revisar los planes de estudio que articulan las diferentes carreras de psicopedagogía en el país, que amerite una organización más específica, e incluya participaciones, prácticas e intervenciones en el campo profesional desde los primeros años de cursado.

Lo interesante es pensar y repensarnos para seguir construyendo una psicopedagogía como campo independiente, que pueda continuar generando, desde su propia mirada, respuestas a las demandas sociales y culturales en materia de educación, de inclusión, de derechos, de justicia e igualdad. En definitiva, ¿cuál es el fin último si no éste, en una profesión humanística como la nuestra?

*Graduado de la Universidad Abierta Interamericana – Sede Rosario

*Licenciado y Profesor en Psicopedagogía