Dia Mundial de la Lucha contra el SIDA: Cuando lo esencial está en nuestras manos
Por Ariel Blajos*
Hace poco en un curso de investigación un docente decía: “… cuando estén arrancando a escribir la introducción de su trabajo no olviden ser impactantes, poner cifras y frases que conmuevan para despertar el interés en cada uno de los lectores de su escrito…”
Esto me hizo recordar como muchas veces los números, las cifras, los porcentajes, se vuelven protagonistas y nos cuentan, o eso creen hacer, sobre las realidades más duras de las enfermedades y sus impactos en la salud de las personas. Frecuentemente los artículos médicos arrancan con la mortalidad. Parece ser que lo que más motiva a los lectores es cierta condición tremendista de cada uno de los cuadros patológicos y sus fatales desenlaces.
Hoy los invito a olvidar un poco esta numerología de la catástrofe, esta cadena numeraria de situaciones donde ya nada se puede hacer, donde la esperanza se ha perdido mucho tiempo atrás y donde un verso de la canción “El Témpano” de Adrián Abonizio cala muy hondo en el sentir de cada uno: “… se cree más en los milagros a la hora del entierro”.
Si bien la historia de muchas mujeres y hombres que tuvieron VIH terminaron con la muerte de una forma muy rápida por falta de una terapéutica efectiva que diera una calidad de vida importante y que permitiese prolongarla por muchos años, hoy es bien conocido por todos que aquella “plaga rosa”, se ha transformado en una enfermedad “crónica”. Tratamientos menos agresivos, con muy buena tolerancia, hacen de la vida de aquellos que cursan la enfermedad una situación sobrellevada con una calidad de vida similar a la de muchos otros que también padecen enfermedades crónicas de otras etiologías. También siguen sucediendo desenlaces fatales, pero en muchísima menos proporción que lo registrado en la década del ’80 y ’90 del siglo pasado.
Ahora bien, volviendo a mi docente y su idea de “impacto”, se me ocurrió enfocar este escrito desde otra perspectiva. La mirada de quien lleva sobre sus espaldas un diagnóstico como este. Quien un día, en una consulta, al momento de controlar sus resultados de análisis de sangre, sin síntomas, sin signos de enfermedad, recibe el diagnóstico de VIH.
¿Cómo se hace para sobrellevarlo?, ¿qué tratamiento no biológico responde efectivamente para bajar la incidencia de angustia, temor a la muerte, desesperación?, ¿tristeza? ¿Qué receta se puede indicar que dosifique y priorice sentimientos de empatía, y recupere con endorfinas todo lo que se pierde después de escuchar la palabra “positivo”? ¿Qué acción o qué intervención evita el aturdimiento que embarga a cada persona en ese instante y que luego de un breve silencio, muchas veces, aparecen palabras como: carga viral, recuento de CD4, ELISA, western blood, etc.?
En mi humilde opinión, ninguna.
Ahora bien, pero entonces si no hay opciones, ¿podemos encontrar alguna? Y ahí nuevamente con toda humildad creo que sí. Pero seguramente de la mano técnico-farmacológica no.
La escucha del silencio luego del diagnóstico es mucho más importante que recordar que a partir de mañana los controles de laboratorio van a estar pautados cada cierto tiempo. Olvidar que no es obligatorio que en 24 horas tengamos los resultados de la carga viral, ya que el paciente va a tener esta enfermedad por el resto de su vida. Hoy es necesario que pensemos distintos.
Hoy es necesario que entendamos que este tipo de enfermedades nos requiere como personas, humanas, con sentimiento y con empatía por quien hoy está frente a nosotros. Darle su espacio, respetar su silencio o responder sus dudas con la mayor simpleza para que lo entienda, para que pueda almacenarlo y tenerlo como parte de su arsenal terapéutico, es lo más importante.
La medicina, y los profesionales que la ejercen, no solo disponen de un maletín de tecnologías duras, también debe incluir este otro tipo de tecnología, la blanda. Aquella que recupera en la palabra, el abrazo, la mirada cómplice, el gesto compartido y el lenguaje empático, todo aquello que el paciente requiere en ese momento y que seguramente también durante su proceso de tratamiento volverá a buscar, más allá de una receta o un nuevo estudio.
En esta fecha, donde se celebra un nuevo aniversario en la lucha contra esta enfermedad, recuperar nuestro maletín de tecnología blanda, hacerlo con cada uno de quienes acuden a nuestra consulta, es parte obligada al momento de intervenir. No solo como alguno han llamado efecto placebo, voy mucho más allá, me animaría a decir, como el mejor de los tratamientos nunca dados. Las personas necesitan ser consideradas en sus contextos, con sus historias, con sus miedos y con sus fortalezas. Es parte de nuestro trabajo “olvidar a veces” una prescripción si esto habilita un espacio de charla, escucha y encuentro que deposite en la consulta una cuota de mayor confianza.
Por último, recuerdo la siguiente situación: Una tarde, trabajando en un centro de salud de la zona noroeste de Rosario, Silvia, administrativa del centro, me pide que la lleve hasta donde estaba su hermano estaba internado. En el viaje le pregunto el motivo y me cuenta que su hermano, Juan, padecía de VIH y estaba desde hacía dos semanas internado por una complicación de su cuadro. En ese momento desplegué todo un sinfín de comentarios acerca del tratamiento y los efectos que seguramente estaban afectando a su familiar y que eso llevaría cierta cantidad de tiempo para solucionarse.
Silvia, que estaba escuchándome muy atenta me dice: “Si, en verdad, yo te entiendo, es un cuadro muy complejo, ¿pero sabés cuál es la queja más frecuente que tiene mi hermano?”. “Seguro que debe ser el tema de los medicamentos que recibe y sus intolerancias”, le digo, y ella me responde: “No, él de lo que más se queja es que no lo tocan, siquiera para tomarle la presión. Nadie se le acerca y le pregunta ¿cómo te sentís?”
Ojalá a partir de hoy haya “un Juan menos” por tocar.
* Especialista en Medicina General y Familiar. Docente, coordinador responsable de la Comisión de Extensión Universitaria y del Voluntariado de la carrera de Medicina de la Universidad Abierta Interamericana de la Sede Rosario.