Cuarentena, videojuegos y posibilidades para todos
Por Matías Grosso, estudiante de la Facultad de Tecnología Informática de la UAI.
Mentiría si dijera que recuerdo la primera vez que jugué un videojuego. Nací a principios de los noventa, pero no vine con la vieja y querida “Family” abajo del brazo, tardó un poco, y los juegos de PC llegaron a mi vida algunos años después. De hecho, para ser totalmente honesto, ni siquiera puedo asegurar cuál fue el primer videojuego en honrarme con sus píxeles, aunque seguramente no salga de la dicotomía entre el legendario Wonder Boy y algún Súper Mario (mejor dicho, “Súper Luigi”: la paradoja de ser hermano menor. Igual te bancamos, Luigi). No me preocupa no poder recordarlo con exactitud igual, porque en mi memoria no suelo almacenar las cosas específicas. Supongo que por eso me cuestan las fechas de cumpleaños, por ejemplo. Pero lo que sí se me graba a fuego en el cerebro son las sensaciones. Y lo que sentí la primera vez que jugué lo tengo más que presente porque hasta al día de hoy me sigue moldeando.
Podés ponerle el título que quieras a ese primer videojuego que tuve en mis pequeñas manitos infantiles; podés hacer el paralelismo con tu propia situación personal, porque estoy convencido de que probablemente me entiendas. Ojo, tampoco era un superdotado que se ponía a filosofar sobre el significado de la existencia; pero sí recuerdo perfectamente cómo fue esa primera vez en la que pude experimentar otra vida a través de una pantalla, con un joystick, con botones que movían toscamente un conjunto de dibujitos pixelados a más no poder. En el juego ya no era Mati, el nene que le escapaba a los deportes y se sumergía en pesados libros sobre dinosaurios: en el juego era un héroe viviendo una aventura, luchando contra enemigos, buscando salvar el día.
Dicen los que saben, que quienes no leen sólo viven una vida, mientras que un lector vive mil vidas antes de morir. Como amante de la lectura puedo confirmarlo, pero como apasionado de los videojuegos me gustaría redoblar la apuesta, porque la interactividad hace que la inmersión pueda ser aún más profunda. Vos sos el que controla las acciones del personaje, por más guionadas que estén; vos sos el que gana o el que pierde, el que efectivamente se convierte en héroe al final; vos SOS el/la protagonista. Y esa sensación de poder desconectarme de la realidad y vivir otra vida a través de un videojuego me acompañó a lo largo de los años. ¿Ser miembro de una orden secreta que combate desde hace siglos con otra orden secreta que busca controlar el mundo? Dale. ¿Un dios caído en búsqueda de venganza? Por qué no. ¿Probar la vida de un delincuente de poca monta que va escalando para formar un imperio criminal? Bueno, claramente en la realidad nunca lo haría, así que dale que va. ¿Ser ni más ni menos que el mismísimo Batman? ¡¡Pero más vale!! Y podría dar mil ejemplos más, pero creo que ya debés haber entendido el mensaje. Los videojuegos tienen esa maravillosa, mágica propiedad de permitirle a cualquiera experimentar sus sueños de forma lúcida, tener aventuras que capaz jamás imagino, ponerse en los zapatos de un deportista mega exitoso, viajar por el espacio o a otros mundos… O simplemente, escaparse por un rato de la realidad que nos rodea, que a veces no es tan divertida como lo puede ser un videojuego.
En esta cuarentena interminable y lamentablemente súper necesaria ya que el enemigo, el boss final, es invisible y todavía no se sabe cómo derrotarlo, la industria de los videojuegos es una de las pocas que se fortaleció. El combo perfecto de poder brindar entretenimiento y ocio desde la comodidad del hogar, sumado a que son un poderoso vehículo de conexión con el resto del mundo a través de su componente online en el caso de que lo tuviese, provocó un florecimiento en algo que ya de por sí estaba en constante expansión. De esta forma, millones de personas a lo largo y ancho del planeta que quizás estaban distanciadas de los videojuegos o directamente nunca se habían inmiscuido realmente en este mundo se volcaron al mismo como una forma de sobrellevar el aislamiento, manteniendo a raya en muchos casos a los demonios que a todos nos acechan en nuestros peores momentos.
No estoy diciendo que los videojuegos y la posibilidad de vivir otras vidas a través de la pantalla pueden reemplazar la interacción humana, por supuesto; pero sí funcionan como una poderosa cápsula de escape. Y lo mejor de todo es que los videojuegos no hacen distinciones de ningún tipo: en todo caso, somos nosotros los que las hacemos. No importa la edad que tengas. No importa la clase social o el nivel de ingreso. No importa si estás en el colegio, si te costó terminar la secundaria o tuviste que dejarla, si estás en el medio de una carrera universitaria, si ya tenés años como profesional. No importa el género con el que te identifiques. No importa tu orientación sexual. No importa si pertenecés a una minoría a la que tantas veces le vulneran los derechos más indispensables en la “vida real”. No importa si te sentís un marginado o si siempre te costó integrarte, así como no importa si siempre fuiste el más popular de la clase. No importa si sos cheto o villero, pobre o rico, blanco o negro, feo o lindo, flaco o gordo, alto o petiso. En los videojuegos siempre vas a encontrar la posibilidad de desprenderte de los tabúes, de escaparle a las etiquetas, de combatir al menos simbólicamente contra las injusticias que muchas veces nos tocan de cerca.
¿Entonces son el mundo ideal? Por desgracia no, nada más lejos de la realidad. Ideal es una palabra muy fuerte, y el mundo del gaming no está exento a las partes más tristes de lo que significa ser humano. Los videojuegos tienen mil aristas a corregir y a mejorar: la toxicidad de sus comunidades online, que va desde el bullying hasta incluso generar siniestros movimientos extremistas en las profundidades más recónditas de internet; la falta de una representación mayor para las mujeres, en una industria que todavía tiene arraigadas costumbres machistas que atrasan y duelen (aunque de a poco se estén logrando pasos en la dirección correcta); la misma falta de representación, incluso mayor, para las personas de la comunidad LGBTIQ+, ya que todavía son pocos los juegos de los llamados triple A (es decir, los de mayor exposición y presupuesto) que los incluyen como protagonistas; la casi nula protección laboral a los propios trabajadores de la industria, donde la sindicalización es prácticamente inexistente y los deja expuestos a abusos de poder, abusos sexuales y al nefasto “crunch” que los obliga a trabajar por días enteros sin ver siquiera a sus familias. Y la lista sigue. No puedo venderte el mundo de los videojuegos como si estuviese hecho de espejitos de colores o como si fuese un mundo ideal con pajaritos y donde todos cantan Kumbaya agarrados de la mano porque te estaría mintiendo.
Sin embargo, creo fervientemente que ser conscientes de sus defectos puede fortalecer sus virtudes. Porque el primer paso para corregir un error es reconocerlo, admitirlo, y trabajar en consecuencia para cambiarlo. Es cierto que muchos de los cambios que debe afrontar la industria de los videojuegos van de la mano con un cambio cultural que debe darse, no son algo que dependa per se de los juegos. Pero de nuevo: tomar cartas en el asunto es la mejor herramienta posible. Los videojuegos, aún con sus problemas, son una plataforma maravillosa que puede disparar un millón de sentimientos diferentes que van a depender de cada uno: ni siquiera jugar el mismo juego va a despertar necesariamente las mismas sensaciones, porque todos somos únicos y eso necesariamente influye. Y el hecho de que en este aislamiento los videojuegos le den la posibilidad a millones de personas de escaparse un poco de las preocupaciones cotidianas, de vivir otra vida a través de la pantalla, me parece algo demasiado valioso como para menospreciarlo. Yo por lo menos estoy seguro de que quiero seguir sintiéndome el héroe que lucha para salvar el día o, por qué no, para hacer del mundo un lugar un poquito más brillante.
PD: ¡Ah! Como si fuera poco, los videojuegos también son una manera hermosa de comunicarnos. Y combinados con un medio tan mágico como la radio, ni les cuento. Yo que vos busco Momento AFK.